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Sólo sabía, por su mal, que había sido un escándalo que apenas se pudo sofocar antes que fuera tarde. A De Pas le repugnaban tales recuerdos. Eran cosas de la juventud. ¡Qué necedad temer que él volviese a descuidarse ahora, a los treinta y cinco años! Entonces, en la época de la Brigadiera no tenía él experiencia, le halagaba la vanagloria, le seducía y mareaba el incienso de la adulación.

Y así se estaba la persona, sin distraerse, sin descuidarse, viendo subir el humo del benjuí, y mirando la luz de los siete agujeros, hasta que a las doce... «¡A las doce! repitió Benina sobresaltada . ¡Y al dar las doce campanadas viene... sale, se me aparece!... El Rey de baixo terra: pedir lo que quierer, y darlo ti él.

Sin embargo hicieron obstinada resistencia en algunos parajes y apostaderos menos fuertes, persiguiendo diariamente, por derecha é izquierda del camino, las marchas de nuestro ejército, particularmente en los desfiladeros, sin descuidarse en aprovechar la obscuridad de la noche, para rodear los campamentos y fatigarlos, obligando á la tropa á estar continuadamente sobre las armas, sufriendo el fuego de su fusileria y de cañon, que con facilidad trasportaban y apostaban á todas partes, por ser de pequeño peso y de poco calibre.

No obstante, aun quedan algunas épocas que quiero ir marcando debidamente: servirán más bien para mis hijos que para . Las últimas de ellas, las que pueden conducir a la felicidad celeste, no pueden descuidarse.

Un hombre rico ó linajudo podrá descuidarse en el vestir, usar ropa como de artesano ó de labrador; abandonar para in æternum el frac, la levita y hasta el sombrero de copa; pero la señora de la casa no saldrá nunca á la calle sino de tiros largos, con arreglo á ordenanza, «como quien es», según dice ella enfáticamente.

ELECTRA. Y sobre todo mucha paciencia, aplicando los cinco sentidos... De otro modo, no adelantamos nada. GIL. Voy... ELECTRA. Y pronto... No descuidarse... ¡Vaya! Aquí tienes. MARIANO. Para fundir... MÁXIMO. ¿Habéis preparado el horno? MARIANO. , señor. MÁXIMO. Ponlo inmediatamente, y en cuanto esté en punto de fusión, me avisas.

»Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario, como solía, la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero, acabadas las bodas y sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por parecerle a él -como es razón que parezca a todos los que fueren discretos- que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque, aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos.