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Ahora, las buenas señoras continuó Isidro , quieren que una noche el abate un concierto de piano, sólo para ellas... Ya han desistido de oírle una conferencia que estaba en proyecto. «El Cyrano de Rostand y el idealismo cristiano...» ¿Qué le parece el tema? ¿Se ríe usted?... Por algo lo alaban las buenas matronas, diciendo que es un cura moderno de lo más moderno.

Coquelin se entusiasma, grita, llora; su corazón, su gran corazón, donde cupo «Cyrano», estalla de júbilo. Rostand le escucha conmovido: ¿es posible que aquella comedia sea su obra mejor? Al principio duda; luego, poco á poco, dignamente, se deja persuadir y ofrece al actor emprender sin pérdida de tiempo la corrección de «Chantecler».

Doce años hace que conocí á Edmundo Rostand; fué una tarde de invierno, en la redacción de Le Gaulois. Días antes se había estrenado «Cyrano», y aquel éxito, sin precedentes en la historia del teatro, parecía ceñir á la figura delicada del joven autor un halo de oro y de luz. Un apretado grupo de literatos y periodistas rodeaba al poeta.

Julio Claretie dice que los antecedentes de «Chantecler» deben de buscarse en la famosa «Historia cómica de los estados é imperios del Sol», que publicó en la primera mitad del siglo XVII aquel gran extravagante, mitad sabio, mitad espadachín, que se llamó Cyrano de Bergerac.

El éxito alcanzado por «Cyrano» no tiene precedentes en la historia del teatro. A su autor, que asistió al estreno y aun tomó parte en la representación disfrazado de cortesano de Luis XIII y como comparsa, la crítica le ensalzó, y diputándole inmortal, buscóle un puesto de honor entre los dioses del arte.

El río comenzó á bajar, la circulación iba restableciéndose rápidamente, el sol devolvió su regocijo habitual á las calles inundadas... Y por cuarta ó quinta vez, los periódicos anunciaron el estreno de «Chantecler». Este se celebró, al fin, en la noche del 7 de Enero de 1910, y ante la misma batería que hace trece años alumbró los últimos momentos magníficos de «Cyrano de Bergerac».

Su nariz, en guisa de interrogación, bien merece un soneto quevedesco o una de las loas que rimara Rostand en el Cyrano; su melena, romántica y subversiva, flota como airón en las revueltas populares, y es como el símbolo orgulloso de toda su vida.

En «La Samaritana» y en «L'Aiglon», v. gr., este sentimiento falta por completo; «Les Romanesques», más que la historia de dos enamorados, es una sátira contra el amor; en «La princesa lejana», la pasión que anima al anciano príncipe es algo abstracto y platónico, casi místico; y en el mismo «Cyrano de Bergerac», no es el Cyrano enamorado, sino el espiritual y heroico, el que predomina.

De tarde en tarde los críticos preguntaban: «¿Qué hace Rostand?...» A fines de 1902 llegó á París la noticia de que el desterrado de Arnaga había concluído de escribir una comedia maravillosa, arquetipa: «Chantecler». «Es superior á Cyrano de Bergerac», clarineaban los periódicos. Inmediatamente el gran Coquelin toma el tren para Cambo. Mame.

De igual opinión debe de ser Edmundo Rostand: sus hijos Juan y Mauricio aseguran la conservación de su apellido, y «Cyrano», por solo, le garantiza la inmortalidad. ¿Por qué no tener también una casa?... Y con este pensamiento, el gran poeta levantó esa Villa Arnaga, que, si no es la más excelsa de sus obras, tampoco es la peor.