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Actualizado: 21 de junio de 2025
Sí, amigo mío, amigo querido me contestó con la dulzura de una mujer. ¿Vive el Rey? Sacó su pañuelo, limpió con él mis labios y me besó en la frente. ¡Si, vive, gracias al más valiente caballero que he conocido! contestó en voz baja. La pobre campesina seguía allí, llorosa y sorprendida, porque me había visto en Zenda y creía que el Rey yacía pálido y ensangrentado a sus pies.
Como si esto no bastase, mis celosos consejeros, el Canciller y el general Estrakenz se presentaron en Zenda, instándome a que designase día para la solemnización de mis esponsales, ceremonia que en Ruritania es casi tan obligatoria y sagrada como el matrimonio mismo.
No ménos que su reconocimiento fuéron amorosos sus vales: porque, como está escrito en el gran libro del Zenda, las dos épocas mas solemnes de la vida son el instante en que nos volvemos á ver, y aquel en que nos separamos. Queria Zadig á la reyna tanto como se lo juraba, y la reyna queria á Zadig mas de lo que decia.
Yo sé lo mucho que tú vales y puedes le dije, haciéndola ruborizarse de placer. Pero, señor, no sólo es eso lo que lo aleja de Zenda. En el castillo tienen ahora mucho que hacer. Pero si el Duque no está de caza... No, señor; pero Juan tiene a su cargo el servicio interior. ¿Juan convertido en doncella de servicio? La muchacha se desvivía por chismear un poco.
Comimos, volví a embozarme y precedido de Tarlein me dirigí adonde nos esperaban los caballos. No eran más de las ocho y media de la noche, había mucha gente en las calles para una población tan pequeña y era fácil ver que los buenos vecinos de Zenda comentaban noticias al parecer muy interesantes.
Jóvenes, leales y valientes, les bastaba que el Rey manifestase sus deseos; lo único que deseaban era mostrarle su buena voluntad, y tanto mejor si para ello tenían que desenvainar la espada. Así quedó trasladado el teatro de los sucesos desde Estrelsau al palacio de Tarlein y al castillo de Zenda, que se alzaba sombrío y amenazador al otro lado del valle.
¿Y es usted quien viene a hablarme de honor? Vamos, la cosa no es para tanto. Una broma inocente que en nada puede perjudicar a la muchacha... No prosiga usted, coronel, a no ser que me tenga usted por un villano desalmado. Si no quiere que su Rey se pudra en su prisión de Zenda mientras Miguel y yo nos disputamos aquí lo que vale más que la corona... ¿Me comprende usted bien? Sí, adelante.
Lejos de eso, me puse a soñar que era el feliz esposo de la princesa Flavia, con la cual habitaba en el castillo de Zenda y me paseaba por las sombreadas alamedas del bosque, todo lo cual constituía un sueño muy placentero por cierto.
El coronel y yo me explicó, saldremos de aquí a las seis de la mañana para ir a caballo a Zenda, regresaremos con la guardia de honor a las ocho, y entonces cabalgaremos todos juntos hasta la estación. ¡El diablo cargue con la tal guardia de honor! gruñó Sarto. No, ha sido una atención muy delicada de mi hermano el pedir esa distinción para su regimiento dijo el Rey. ¡Ea, primo!
Palabra del Dia
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