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Actualizado: 21 de junio de 2025
¿Es esa una orden que me da el Rey? preguntó altiva. Lo es, Flavia. Orden que obedecerás... si me amas. ¡Ah! exclamó, con expresión tal que le di otro beso. ¿Sabes quién ha escrito eso? preguntó. Creo saberlo. El aviso proviene de persona que es buena amiga mía, y más diré, lo envía una mujer desgraciada. Precisa contestar que estás indispuesta, Flavia, y no puedes ir a Zenda.
Flavia tomó asiento y yo permanecí en pie ante ella. Luchaba conmigo mismo y creo que hubiera triunfado si en aquel momento no me hubiese dirigido ella una mirada breve, repentina, que equivalía a una interrogación; mirada a la que siguió fugaz rubor. ¡Ah, si la hubieseis visto en aquel instante! Me olvidé del Rey prisionero en Zenda y del que reinaba en Estrelsau.
No pretenderé averiguar si las líneas dirigidas a Flavia las habían dictado el afecto o el odio, la compasión o los celos: pero nos fueron también de gran servicio. Cuando el Duque fue a Zenda ella le acompañó; y allí pudo comprender por primera vez la crueldad de Miguel en toda su extensión y se apiadó su alma del desgraciado Rey. Desde aquel instante estuvo de nuestra parte.
Mayor hubiera sido éste sin la presencia de Flavia a mi lado y sólo por esta razón le permitía yo seguir en Zenda, rodeada de peligros y aumentando con sus encantos la pasión que me dominaba.
El día siguiente a mi aventura en el cenador, trajeron el parte de policía en ocasión de hallarme jugando una partida de tresillo con Federico de Tarlein. Muy interesante viene el informe de esta tarde dijo Sarto sentándose. ¿Habla de cierta aventura nocturna?... Se cree que su destino es el castillo de Zenda, en dirección del cual salió, no por el tren, sino a caballo.
Decían unos que el prisionero de Zenda había muerto; otros que había desaparecido pero estaba vivo; aseguraban algunos que era un buen amigo del Rey a quien había prestado valioso servicio en Inglaterra, en cierta aventura; y no faltaba quien sabía que, habiendo descubierto las tramas del Duque, se había éste apoderado de él y arrojádolo en una mazmorra.
Otros elementos que figuraron en el drama de Zenda fueron el libertinaje y la audacia de Ruperto. Quizás se sintió atraído por la belleza de Antonieta; quizás le bastara saber que ésta pertenecía a otro hombre y le odiaba a él.
Se les dijo además que éste tenía preso en el castillo de Zenda a un fiel servidor del Rey, cuyo rescate era uno de los objetos de la expedición; pero añadiendo que la mira principal del nuevo soberano era tomar ciertas medidas contra su díscolo hermano, respecto de las cuales nada más podía revelárseles por entonces.
No sólo están allí los tres belitres citados, sino que el puente levadizo permanece alzado día y noche y a nadie se permite entrar sin permiso especial del joven Henzar o del mismo Miguel. Acabaremos por tener que atar a Tarlein de pies y manos. Yo seré quien vaya a Zenda dije. ¿Está usted loco? Repito que iré, algún día. Puede ser, y lo más probable es que se quede usted allí.
Y no era extraño, porque con el Duque por un lado y el Rey por otro, Zenda les parecía indudablemente el centro de toda Ruritania. Recorrimos las calles al paso de nuestros caballos, pero les pusimos al galope tan luego salimos al campo. ¿Quiere usted atrapar a ese Juan de que habla? preguntó Tarlein. Sí, y convendrá usted conmigo en que he cebado bien el anzuelo.
Palabra del Dia
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