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Actualizado: 21 de junio de 2025
Aquella primera noche, en vez de saborear la excelente comida que me habían preparado mis cocineros, dejé que los caballeros de mi séquito la despachasen a su gusto, bajo la presidencia de Sarto, mientras yo cabalgaba en compañía de Tarlein hacia la villa de Zenda y más particularmente hacia cierta posada que allí conocía.
«La señora de Maubán siguió leyendo Sarto, a quien se vigila por orden superior, tomó el tren de mediodía. Pidió billete para Dresde...» Antigua costumbre suya comenté. «Pero el tren de Dresde pasa por Zenda.» ¡Si será listo el autor del parte éste! Y por último, oiga usted lo que dice aquí: «El estado de la opinión en la ciudad no es satisfactorio.
Por lo tanto me rogaba que aceptase la invitación en su lugar, asegurándome que la casa, aunque modesta, era cómoda y limpia, y que su hermana se avendría al cambio con placer; acabando por recordarme las molestias que me aguardaban en los coches atestados del tren, en mis idas y venidas entre Zenda y Estrelsau.
Y sin duda, hubiera yo dedicado mayor atención a este tema, si no la hubiese embargado casi por completo aquella voz que parecía salir de las torres de Zenda, visibles todavía en lontananza; aquel grito de amor de una mujer, que llegaba a mis oídos, que penetraba hasta mi corazón y que decía: «¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Rodolfo!» ¡Todavía me parecía oírlo!
El preferido de la buena señora era el Duque, porque el testamento del difunto Rey lo había hecho dueño y señor de las posesiones reales en Zenda y del castillo, que se elevaba majestuosamente sobre escarpada colina al extremo del valle, a media legua escasa del hotel. Mi huéspeda no vacilaba en decir que sentía no ver al Duque en el trono, en lugar de su hermano.
Letra de mujer si no me engaño. Pero ante todo tengo que darle una noticia. ¿Qué es ello? El Rey está en el castillo de Zenda. ¿Cómo lo sabe usted? Porque allí está la otra mitad de la cuadrilla de Miguel, de los Seis. Lo tengo bien averiguado: Laugrán, Crastein, el mozo Ruperto Henzar, tres bribones, a fe mía, como no hay otros en toda Ruritania. ¿Y bien?
Lo ha sorprendido el color de su cabello, señor viajero; color que no es el que más vemos aquí en Zenda. Dispense el señor balbuceó el mozo, todavía sorprendido. No creí encontrar aquí más que a los de casa. Denle ustedes un vaso de vino para que lo beba a mi salud. Buenas noches a todos, y gracias, señoras mías, por su bondad y su grata conversación.
Tomé una ligera colación poco antes de mediodía, y habiéndome despedido de la buena mujer y sus hijas, prometiendo volver a verlas a mi regreso, comencé el ascenso de la colina que lleva al castillo y desde éste al bosque de Zenda. Media hora de pausado andar me llevó a las puertas del castillo.
Esto último lo supe por Juan, en quien tuve que confiar, mandándole volver a Zenda, donde Ruperto Henzar le hizo dar de latigazos por el crimen de haber pasado toda una noche fuera del castillo, engatusado por alguna mozuela del pueblo.
Le miré, deposité suavemente el cuerpo de Flavia sobre la hierba, y de pie a su lado, contemplándola, maldije al Cielo por haberme salvado de la espada de Ruperto para hacerme sufrir aquel dolor tan intenso, tan atroz. Había cerrado la noche y me hallaba en la celda que acababa de ser prisión del Rey en el castillo de Zenda.
Palabra del Dia
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