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Ahora, envuélvase usted en esta amplia capa continuó Sarto dirigiéndose a , y póngase esta gorra de cuartel. Es usted mi ordenanza, que me acompaña esta noche al pabellón de caza que usted sabe. Hay un obstáculo dije, y es que no existe caballo capaz de recorrer más de quince leguas conmigo a cuestas. Por eso montará usted dos, uno aquí y otro en Zenda. ¿Estamos listos?

Miguel hará prender en seguida a todos los amigos de usted, Sarto y Tarlein los primeros; proclamará el estado de sitio en la capital y enviará un mensajero a Zenda. Los otros tres asesinarán al Rey en el castillo y el Duque se proclamará a mismo o a la Princesa; a mismo si llegado el momento se considera suficientemente fuerte para hacerlo.

Desde luego, por muy alto que piquen los Raséndil, el mero hecho de pertenecer a esa familia no justifica la pretensión de consanguinidad con el linaje aun más noble de los Elsberg, que son de estirpe regia. ¿Qué parentesco puede existir entre Ruritania y Burlesdón, entre los moradores del palacio de Estrelsau o el castillo de Zenda y los de nuestra casa paterna en Londres?

Haciendo un esfuerzo supremo llegué al lugar donde Ruperto había cambiado de rumbo, e imitándole, volví a verle, en compañía de una muchacha, a la que obligaba a bajar del caballo que montaba. Ella era sin duda la que había lanzado aquel grito. Parecía una campesina y llevaba una cesta pendiente del brazo. Probablemente se dirigía al mercado de Zenda. El caballo era fuerte y de buena estampa.

Nunca otro en tan alto cargo se vió precisado á dar tantas audiencias á las damas: las mas venian á hablarle de algún negocio que no les importaba, para probarse á hacerle con él. Una de las primeras que se presentó fué la muger del envidioso, juándole por Mitras, por Zenda- Vesta, y por el fuego sagrado, que siempre habia mirado con detestacion la conducta de su marido.

Para que se comprenda bien lo ocurrido en el castillo de Zenda, tengo que completar el relato de lo que yo en persona vi e hice aquella noche con una breve reseña de lo que más tarde supe por Tarlein y la señora de Maubán.

En este caso, cualesquiera que fuesen las órdenes del Rey, las instrucciones de Sarto y los consejos del General, Flavia se negó a permanecer en Tarlein mientras su amado se hallaba herido en Zenda, y el carruaje de la Princesa siguió de cerca al General y su escolta cuando éste se puso en camino del castillo.

Y temiéndome yo que su presencia en Zenda tuviese por objeto seguir dando allí pruebas de igual celo que en Estrelsau, resolví impedírselo cuanto antes. ¿Es ese el motivo de su venida a Zenda, señor prefecto? le pregunté. ¡Oh, no, señor! Me trae el deseo de complacer al Embajador inglés... ¿De qué se trata dije aparentando indiferencia.

¡Pues entonces, en nombre del Cielo grité extendiendo hacia él los puños, corramos a Zenda, aplastemos a Miguel y traigamos al Rey a su capital y a su trono! Sarto se puso en pie y me miró fijamente. ¿Y la Princesa? preguntó. Incliné la cabeza y tomando la rosa la oprimí hasta destrozarla entre mis manos y mis labios.

Cesó de hablar el guardabosque y dispuse que Tarlein diese orden de vigilarlo cuidadosamente. Pero antes de que se lo llevaran le dije: Si alguien te pregunta si hay un prisionero en Zenda, puedes contestar que , pero si te preguntan quién es cállate.