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Actualizado: 2 de junio de 2025


Ahí, Bautista decía Zalacaín . ¡Bien! Corre, Martín gritaba Bautista . ¡Eso es! El juego terminó con el triunfo completo de Zalacaín y de Urbide. ¡Viva gutarrac. Catalina sonrió a Martín y le felicitó varias veces. ¡Muy bien! ¡Muy bien! Hemos hecho lo que hemos podido contestó él sonriente. Carlos Ohando se acerco a Martín, y le dijo con mal ceño: El Cacho te juega mano a mano.

¿Qué pasa aquí? se preguntaron. Tras de un instante se volvieron a oir nuevos tiros y un lejano sonido de campanas. Hay que ver lo que es. Decidieron como más práctico que Capistun, con las cuatro mulas, se volviera y se encaminara despacio hacia la choza de carabineros donde habían pasado la noche. Si no ocurría nada en Vera, Bautista y Zalacaín retornarían inmediatamente.

Tiene usted que arrodillarse y besarle la mano dijo el oficial. Zalacaín no replicó. Y darle el título de Majestad. Zalacaín no hizo caso. Don Carlos no se fijó en Martín y éste se acercó al general, quien le entregó las letras firmadas. Zalacaín las examinó. Estaban bien. En aquel momento, un fraile castrense, con unos gestos de energúmeno, comenzó a arengar a las tropas.

¿Y ya existían Zalacaín entonces? No sólo existían, sino que eran nobles. Oye, oye dijo Tellagorri dando un codazo a Martín, que se distraía. ¿Quieren ustedes que lea lo que dice el cronista? , . Bueno. Pues dice así: «Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce

Y ahí vimos a ese arrogante don Carlos, con sus terribles batallones, echando granadas y granadas, para tener luego que escaparse corriendo hacia Vera. Si la guerra se pierde, nos arruinamos murmuró Ospitalech. Capistun estaba tranquilo, pensaba retirarse a vivir a su país; Bautista, con las ganancias del contrabando, había extendido sus tierras. De los tres, Zalacaín no estaba contento.

Los tres hombres detuvieron las mulas, y mientras quedaba Capistun con ellas, Martín y Bautista se echaron uno a un lado y el otro al otro, para ver si encontraban cerca algún refugio, cabaña o choza de pastor. Zalacaín vió a pocos pasos una casucha de carabineros cerrada. ¡Eup! ¡Eup! gritó. No contestó nadie. Martín empujó la puerta, sujeta con un clavo, y entró dentro del chozo.

Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? De ningún modo, porque a no me sirven para nada. Siguieron paseando, pero al alejarse un poco, un centinela les dió el alto y volvieron a la plaza. Se hallaba ésta solitaria. Dieron varias vueltas y un sereno les saludó y les dijo: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No se puede pasear? preguntó Zalacaín.

Sin embargo, son los caracteres que constituyen la tradición de su país dijo el extranjero. Mi país es el monte contestó Zalacaín. Conformes Martín y Bautista, se encontraron en la plaza. Martín consideró que no convenía que le viesen hablar con su cuñado, y para decir lo hecho por él la noche anterior escribió en un papel su entrevista con el general. Luego se fué a la plaza. Tocaba la charanga.

Zalacaín se sentía muy español y dijo que los franceses eran unos cochinos, porque debían hacer la guerra en su tierra, si querían. Capistun, como buen republicano, afirmó que la guerra en todas partes era una barbaridad. Paz, paz es lo que se necesita añadió el gascón ; paz para poder trabajar y vivir. ¡Ah, la paz! replicó Martín contradiciéndole ; es mejor la guerra.

Vayan al diablo el Señor y los Reverendos Padres refunfuñó Zalacaín . La verdad es que este rey es un rey ridículo. Esperó Martín a que despachara el Señor con los Reverendos, hasta que el rozagante Borbón, con su aire de hombre bien cebado, salió de la ermita, rodeado de su Estado Mayor. Junto al Pretendiente iba una mujer a caballo, que Martín supuso sería doña Blanca. Ahí está el Rey.

Palabra del Dia

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