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Actualizado: 25 de junio de 2025
Los párrafos que le siguieron desdecían muchísimo de él. Más adelante volvió a soltar otro período majestuoso y grandilocuente, que a nuestro joven le agradó sobremanera; pero luego se despeñó en un fárrago de vulgaridades y chocarrerías, de las que no menos quedó asombrado, «¡Vaya un hombre original!» dijo para sí. Otro período de superior calidad; otro en seguida necio y arrastrado.
Después de oír, acerca de su salud, todas las vulgaridades hipocráticas con que el sano trastea al enfermo, como aquello de es nervioso... pasee usted... yo también estuve así, Feijoo abordó la cuestión, y por zancas y barrancas, soltando lo primero que se le ocurría, llegó a decir que él se había propuesto, por pura caridad, negociar la reconciliación.
Todo esto lo sabía el Magistral perfectamente». Y en efecto, con tal calor y elocuencia exponía «las razones que, desde el punto de vista mundano, aconsejaban el derramamiento de sangre» que después, cuando recordaba que tenía que defender el partido contrario, el de caridad, perdón y amor al prójimo, olvido de los agravios y conformidad con la cruz; cansado ya por los esfuerzos anteriores era otro el Magistral, se volvía premioso, decía con frialdad vulgaridades de sermón de aldea.
No se concibe cómo un sistema semejante puede tener cabida en tan elevado entendimiento; cuando se leen las elocuentes páginas en que está desenvuelto, se siente una pena inexplicable al ver empleados rasgos tan brillantes en repetir todas las vulgaridades de los escépticos, para venir á parar á la paradoja mas insigne y al sistema menos filosófico que se pueda imaginar.
Justo es advertir que el prurito de originalidad, el engreimiento necio del que cree pensar y decir cosas profundas, y la manía de reformarlo todo y de resolver en cuatro coplas los más obscuros problemas sociales, religiosos ó políticos pueden seducir á los autores dramáticos que tal vez no han estudiado ni meditado nada que los habilite para la resolución de semejantes problemas, y pueden llevarlos á componer un tejido de vulgaridades y zanguangadas, á crear caracteres falsos y á imaginar una acción absurda y sin interés, que sea como el hilo donde ensarten sus insulsos é inaguantables sermones.
La verdad es que no hallé en mi repertorio de frases hechas y aceptadas en la«buena sociedad» para «cumplir» en lances tales, un par de ellas que entonaran debidamente con aquel modelo de hidalga cortesía, y que me despaché de mala manera con cuatro vulgaridades ramplonas, mal hilvanadas y entre dientes. Enseguida empezó lo que pudiera llamarse, en estilo parlamentario, la sesión.
Increíbles parecen las sandeces ó vulgaridades, que el traductor ha sembrado en su imitación desdichada.
¡Eh! murmuró uno con la misma viveza que si le hubiera picado una culebra. ¡Qué blasfemia ha dicho usted! En esa especie de aforismo, solo se compendia una de las muchas vulgaridades que se repiten en este país, por quien no lo conoce. Que pruebe que las mujeres aman dijo uno. Que nos demuestre que los pájaros cantan gritó otro. Pues que justifique que las flores huelen balbuceó un tercero.
Te la expondré en forma de máxima, como hacemos siempre los sabios para acreditar vulgaridades: «si quieres conservar el amor que sientas por un hombre, con todo lo que de este amor se sigue y se desprende, no te cases con él». ¡Cáspita! Así como suena, hija mía. Parece duro y un si es no es atrevido; pero es la pura verdad.
Roussel, sentado en un sofá miraba sin hablar al joven: no hubiera sabido qué decirle, fuera de las vulgaridades agotadas hacía mucho tiempo. El correo llegó sin carta de Herminia. Y sin embargo, hubiera tenido tiempo de escribir si hubiera querido ó podido hacerlo. Era evidente que no había podido.
Palabra del Dia
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