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Actualizado: 25 de junio de 2025
En los alrededores del predio de Son Febrer eran muchos los mozos que tenían la cara de don Horacio; pero su esposa la mejicana, alma poética, vivía muy por encima de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos entornados recitaba las poesías de Ossián.
Y Argensola, con el gesto de un perro que sacude sus lanas, marchaba á continuar la lectura en algún cafetucho incómodo de las cercanías. Su influencia descendió de las cimas de la intelectualidad para intervenir en las vulgaridades de la vida material.
De estos y otros datos se prevale un escritor francés para mezclar entre el gran caudal de poesía que respiran sus obras, un sinnúmero de vulgaridades, por no calificarlas de otra manera, al ocuparse de Marianas.
Llegó pocos días después el aldeano con la urraca, blanca y negra como los Padres dominicos. «Ahora, a enseñarle el idioma más vulgar posible», se dijo Belarmino, no sin cierto desconsuelo y perplejidad, porque no se le ocurrían vulgaridades ni le tentaba ingeniarse en inventarlas.
Estoy cansada de los hombres; tal vez los odio. Yo he conocido a los más hermosos, a los más elegantes, a los más ilustres. He sido hasta reina; reina de la mano izquierda, como dicen los franceses, pero tan dueña de la situación, que a haber querido meterme en tales vulgaridades, hubiese cambiado ministerios y trastornado países.
El español es el ser más charlatán que existe sobre la tierra, y cuando no tiene asunto de conversación, habla de sí mismo; dicho se está que ha de hablar mal. En nuestros cafés se habla de cuanto cae bajo la ley de la palabra humana desde el gran día de Babel, en que Dios hizo las opiniones. Óyense en tales sitios vulgaridades groseras, y también conceptos ingeniosos, discretos y oportunos.
Los hechos mas insignificantes se convierten en episodios de sumo interes, las vulgaridades en golpes de ingenio, los desenlaces mas naturales en resultados de combinaciones estupendas. Todo converge hácia él: la misma historia de su pais no es mas que un gran drama, cuyo héroe es él; todo es insipido si no lleva su nombre. La influencia del orgullo es peor para los negocios que la de la vanidad.
Desde aquella tarde ningún momento había dejado de pensar lo mismo; que era absurdo que la vida pasase como una muerte, que el amor era un derecho de la juventud, que Vetusta era un lodazal de vulgaridades, que su marido era una especie de tutor muy respetable, a quien ella sólo debía la honra del cuerpo, no el fondo de su espíritu que era una especie de subsuelo, que él no sospechaba siquiera que existiese; de aquello que don Víctor llamaba los nervios, asesorado por el doctor don Robustiano Somoza, y que era el fondo de su ser, lo más suyo, lo que ella era, en suma, de aquello no tenía que darle cuenta. «Amaré, lo amaré todo, lloraré de amor, soñaré como quiera y con quien quiera; no pecará mi cuerpo, pero el alma la tendré anegada en el placer de sentir esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas». Estos pensamientos, que sentía Ana volar por su cerebro como un torbellino, sin poder contenerlos, como si fuesen voces de otro que retumbaban allí, la llenaban de un terror que la encantaba.
Acostumbrado el pobre muchacho a las vulgaridades y soseces de las amigas de su madre, y bajo la impresión de aquel encuentro que tan profundamente le turbaba, creía estar en presencia de un sabio con faldas, un filósofo venido de allá lejos, de alguna sombría cervecería alemana, para turbarle bajo el disfraz de la belleza. La desconocida quedó en silencio, con los ojos fijos en el horizonte.
Estos privilegiados son portentos hasta los quince años, vulgaridades hasta los veinticinco, cero después.
Palabra del Dia
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