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Actualizado: 24 de octubre de 2025


»Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochándole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado, que don Fernando tomó luego y se le puso a leer a la luz de una de las hachas; y, en acabando de leerle, se sentó en una silla y se puso la mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir a los remedios que a su esposa se hacían para que del desmayo volviese.

Acaso mañana mismo nos podremos ya dar a la vela. ¿Qué inconveniente hubiera habido en que yo, en vez de salir desdeñado, saliese alentado por el favor de una dama, señora de mis pensamientos, por sus promesas de ser mía cuando yo volviese triunfante y por el anhelo de acometer y dar cima a grandes hazañas para poner a sus pies mis laureles y mis trofeos?

Iba a contestarle su padre, pero ella con un ademán le suplicó que callase; cree la infeliz que a se me oculta su estado y no quiere darme a conocer sus presentimientos y sus temores. Al poco rato me ha rogado que saliese del saloncito y que volviese a tocar aquel vals de Weber a que tanta afición muestra.

Aunque pareciese debilidad por mi parte, no podía decir cosa, alguna que despertase sus sospechas. Te enviaré mi corazón todos los días respondí. ¿Y no correrás peligro? Ninguno que pueda yo evitar. ¿Cuándo volverás? ¡Oh, qué largos me parecerán ahora los días! ¿Que cuándo volveré? repetí. No lo , no puedo saberlo. ¿Pronto, Rodolfo, pronto? Sólo Dios lo sabe. Pero si no volviese, amada mía...

Ocurríale, sin embargo, que cuanto mayor era el encanto con que la recordaba, más intenso era también el desasosiego que le producía, porque la reflexión se hartaba de decirle que Cristeta no era flor de un día o estrella de una noche. Sólo pudo librarse de ella empleando el cobarde recurso de la fuga. ¿Qué sucedería si volviese a encontrarla en su camino?

Sancho, que vio partir a su amo para tomar carrera, no quiso quedar solo con el narigudo, temiendo que con solo un pasagonzalo con aquellas narices en las suyas sería acabada la pendencia suya, quedando del golpe, o del miedo, tendido en el suelo, y fuese tras su amo, asido a una acción de Rocinante; y, cuando le pareció que ya era tiempo que volviese, le dijo: -Suplico a vuesa merced, señor mío, que antes que vuelva a encontrarse me ayude a subir sobre aquel alcornoque, de donde podré ver más a mi sabor, mejor que desde el suelo, el gallardo encuentro que vuesa merced ha de hacer con este caballero.

Todo por mi parte fue empeño vano. Lucía persistió en no ser esposa sino de Cristo, y fue tan resuelto su propósito que no pude atajar los primeros pasos que quiso dar para lograrle, y, harto a despecho mío, hube de consentir en que se volviese al convento. Sobre lo que tengo que contarte ahora, voy a pasar con rapidez como sobre ascuas. Aun así me quemará la sangre el recordarlo.

Ansioso de pisar suelo africano y teñir su espada virgen en sangre agarena, saltó Villamelón a tierra, en el sitio que llaman de Cabo Negro, con ánimos bastantes para atravesar todo Marruecos y llegar a Túnez, donde un su abuelo había ganado la Grandeza entrando en la Alcazaba con don Juan de Austria... Mas de repente brotaron de entre las cerradas malezas que cubrían la rojiza playa como el áspero vello de una fiera bestia, varios rifeños dispersos, que recibieron a los exploradores con el fuego de sus espingardas... Villamelón no titubeó un momento: olvidóse de Marruecos, renunció a Túnez y renegó de aquel su abuelo que ganó la Grandeza en la Alcazaba, para ganar él la chalupa a toda prisa y refugiarse en el último rincón de su camarote de la Blanca, sin que volviese a subir sobre cubierta, hasta regresar de nuevo a la Península con patente de enfermo.

Porque deseando que volviese, al mismo tiempo tenía presentimientos de una nueva desgracia. ¡Cuidado que no haberle escrito ni una sola letra, pero ni una...! Aurora convenía en que era una gran bribonada.

Febrer dio por terminada la entrevista, ordenando a Pep y a los suyos que fuesen a su casa. El payés conocía de antiguo a madó Antonia, y la vieja tendría mucho gusto en verle. Comerían con ella lo que tuviese. Ya les vería al anochecer, cuando volviese de Valldemosa. «¡Adiós, Pep! ¡Adiós, atlots

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