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Actualizado: 16 de julio de 2025
Contemplábalos sonriente el barón cuando cayó sobre su hombro una pesada mano y volviéndose halló el rostro coloradote y mofletudo de Sir Oliver Butrón. ¡Aquí tenéis otro recluta, caballero andante! le dijo el rollizo guerrero. Acabo de saber que seréis el primero en marchar camino del Ebro y con vos me largo aunque no queráis. ¡Bienvenido, Oliver!
21 porque decía entre sí: Si tocare solamente su vestido, seré libre. 22 Mas Jesús volviéndose, y mirándola, dijo: Confía, hija, tu fe te ha librado. Y la mujer fue libre desde aquella hora. 23 Y llegado Jesús a casa del principal, viendo los tañedores de flautas, y la multitud que hacía bullicio, 24 les dijo: Apartaos, que la muchacha no está muerta, mas duerme. Y se burlaban de él.
Aunque, gracias a lo rápido de su resolución, estaba seguro de que no podía ser espiado, anduvo largo rato vagando por calles y plazas, volviéndose de vez en cuando a mirar si le seguían, hasta que, convencido de que no existía tal peligro, tomó el camino de la casa de Mariquita.
Señor Fabrice le replicó aquélla bajando la voz y con una energía extraordinaria , no importaría nada ser sólo desgraciada... Lo que es terrible es sentir cómo va una volviéndose perversa. Y se dirigió casi corriendo hacia el castillo.
Señora añadió, volviéndose á doña Rosalía no extrañe usted esta congoja; no estamos acostumbradas á golpes de esta clase. Nosotras, por nuestro nacimiento, nuestra educación y nuestra religiosidad, hemos estado siempre por encima de todas esas miserias. ¡Ay! nosotras hemos tenido la culpa por nuestra excesiva caridad.
Se le figuró al oír aquella música que estaba viudo, que aquello era el entierro de su mujer. Ánimo, don Víctor le dijo Mesía volviéndose a él, y dejando el balcón . Ya van lejos. No; no quiero verla otra vez. ¡Me hace daño! Ánimo.... Todo esto pasará... Y apoyó Mesía una mano en el hombro del viejo.
La esposa de Felipe III se dirigió a la antesala y allí dijo a un lacayo: El abrigo de esta señora. No se habló otra palabra. El lacayo entregó el abrigo. María Estuardo se lo puso sin ayuda de nadie, con mano temblorosa. Luego avanzó unos cuantos pasos, y volviéndose de pronto, dirigió una mirada de odio mortal a D.ª Margarita de Austria, que se la devolvió acompañada de una sonrisa de desprecio.
Clara escucha ruborizada estas nobles palabras y murmura: Gracias, gracias, tío Leandro... Gracias todos. Jamás les olvidaré y espero que pronto nos hemos de ver. Y volviéndose a un criado añadió: Ve al comedor y bájame champagne y cigarros. Quiero que ustedes beban una copa y fumen un cigarro a mi salud y a la de mi marido.
Sí, Hipólito... mi amigo Lorenzo... Para servirlo. ...y mi amigo Ricardo. Para servirlo. Y Baldomero, ¿no ha venido? Sí, D. Melchor... ahí andaba con el jefe... ¿quiere que lo hable? No... vamos para allá, muchachos y volviéndose hacia Hipólito: ¿Qué tal están los caminos? Hay algún barro... con la lluvia: ¡qué ha llovido!... El maíz estará lindo, entonces. Así es... lindo está.
Aquí llegaban de su conversación, cuando fueron interrumpidas por Marcelita, que entró en la sala como un torbellino; presentó sus frescas mejillas a la señora de Aymaret, y volviéndose a Beatriz le preguntó toda sofocada: ¿Es verdad que papá se va? ¿Quién te ha dicho eso? Enriqueta, a quien le ha prevenido que le haga su equipaje.
Palabra del Dia
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