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Actualizado: 11 de julio de 2025


Era un comenzar a vivir extraordinario. ¡Después de haber dado la vuelta al mundo y respirado el ambiente voluptuoso de las islas del Pacífico; después de haber luchado con los huracanes del Atlántico, con los tifones del mar de la China y los bancos de hielo del Cabo de Buena Esperanza, encontrarse con una mujer joven, bonita, marquesa, que le dice a uno que le quiere!

Los dichosos, los ahítos, descansaban tranquilos al calor de una civilización cuyas ventajas eran los únicos en monopolizar. La caravana de los felices no quería ir más allá, creyendo haber visto bastante. Dormían en torno de la hoguera, acariciados por su tibio aliento, con el voluptuoso sopor de una digestión copiosa.

El mágico atractivo de aquella noche poética le produjo una sacudida de gozo: cruzó por su ser un soplo blando y voluptuoso, que le embargó algunos instantes, y en su corazón palpitaron ansias inefables, indefinibles. Volvió los ojos a Rosa y la halló hermosa y serena como el paisaje que tenía delante. Y acometido de súbita ternura hacia ella, la tomó una mano y la estrechó delicadamente.

Pero con Freya había que esperar siempre algo absurdo é inconcebible. El cañonazo del mediodía los sacó de su arrobamiento voluptuoso, que había durado unos segundos, largos como años. Los pasos del guardián, cada vez más próximos, acabaron por separar sus dos bustos y desenredar sus brazos. Freya fué la primera en serenarse.

Acometíanle, en estos momentos, súbitos arranques de ternura; se confesaba sin rubor, con gozo voluptuoso, el amor que sentía; perdonaba a Luis de todo corazón y se prometía amarle toda la vida en silencio, no ser jamás de ningún otro hombre. Según trascurrían los días este sentimiento se irritaba, se trasformaba en deseo enfermizo, irracional.

Lo que en aquel instante sentía el corazón de Timoteo era idéntico a lo que vibraba en el alma de su violín, todo lánguido, todo voluptuoso. Señora, yo que soy un gusano indigno... Este comienzo no le pareció mal a D.ª Carolina y procuró dárselo a entender con una sonrisa benévola. Un gusano... eso es... Vamos, Timoteo, cálmese usted. Le veo un poco agitado.

Siempre le había fascinado aquel coro del convento de San Bernardo, donde la media luz que penetraba por las altas claraboyas dormía con místico sosiego sobre los sillones de roble. ¡Cuántas veces, viendo cruzar una figura blanca y silenciosa y sentarse allá en el fondo, se había estremecido! Era un temblor dulce, voluptuoso, que le hacía apetecer con ansia la entrada en aquel fantástico recinto.

Ni con D. Peregrín podía comparársele, con ser éste, en concepto de la madura doncella, un sujeto mucho más voluptuoso y terrestre. D. Peregrín había llegado, según costumbre, de los últimos.

No soplaba ni la más leve brisa; los huertos impregnaban con su olorosa respiración la atmósfera encalmada; dilatábanse los pulmones como si no encontrasen aire, queriendo aspirar de un golpe todo el espacio. Un estremecimiento voluptuoso agitaba la ciudad, adormecida bajo la luz de la luna.

Y si debo declarar la verdad entera, me parecía que la monja escuchaba los galanteos sin gran horror. La idea despertó en una sensación extraña en que el placer se mezclaba con el susto. Fue una sensación viva, un estremecimiento voluptuoso junto con la sorpresa, el temor, el remordimiento, que me puso inmediatamente inquieto; pero con una inquietud suave, deliciosa.

Palabra del Dia

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