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Actualizado: 8 de julio de 2025
Unos eran acostados sobre los yunques para recibir el castigo de los martillos; otros lanzaban un grito viviente, animal, al ser hundidos de pronto en el agua de las tinajas; a éstos, ya listos, les bañaban de sebo, como al hombre que le engrasan después de la tortura, o les llevaban al vecino taller para sufrir las incrustaciones de la ataujía.
No veía la muchedumbre famélica esparcida a sus pies, la horda que se alimentaba con sus despojos y suciedades, el cinturón de estiércol viviente, de podredumbre dolorida. Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ella, negando su existencia.
Porque es el caso que acababan de aparecer en el salón el comandante don Claudio Fuertes y otras dos personas que, por todas las señales, debían ser don Alejandro Bermúdez y Nieves, o, como dijo a sus colaterales el fiscal, después del primer vistazo a los forasteros y en su manía de poner motes a todo bicho viviente, «el Macedonio con la más guapa de las hijas de Darío».
9 Y será que toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos rios, vivirá; y habrá muchos peces en gran manera por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este arroyo.
Los grupos de campesinos, las familias de la ciudad precedidas de su prole, las parejas de soldados, se consultaban y dudaban al avanzar una mano sobre la pileta con cierta vacilación. Al fin tocaban el trapo viviente del fondo, la carne gelatinosa del pez-torpedo, recibiendo una serie de descargas eléctricas que les hacían soltar la presa, riendo y llevándose la otra mano al brazo sacudido.
Jaime, irritado, se proponía dominarla: por algo era hombre. Al fin fue consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona algo más que un retrato viviente del ídolo. En su feliz embriaguez les pareció feo Munich y enojoso aquel hotel donde les habían conocido extraños el uno al otro.
Porque el cocinero mayor, aunque vive en el alcázar, no recibe en él á persona viviente. ¡Cómo! No recibe en su casa por dos muy buenas razones. ¿Y cuáles son esas buenas razones? La una es su mujer y la otra su hija; desde que su hija cumplió los catorce años nadie entra en su cuarto; y desde que se casó en segundas nupcias ha clavado las ventanas que dan á las galerías. ¡Bah!
Y el tío, sin que lo supiera nadie más que él y la sobrina, dejó de rendir cuentas de gastos y de ingresos a bicho viviente. Cada cual firmaba lo que tenía que firmar, sin leer un renglón ni una cifra, y no se hablaba del asunto.
Preguntéla por qué en la gran cuita que de tal modo la atribulaba entonces no había buscado, como otras veces, los consejos y la ayuda de don Sabas. Respondióme que eran casos muy diferentes unos y otros; que no dependía de su resignación ni de sus ánimos el que en tales congojas la ponía, y que yo era el único ser viviente de los de ella conocidos, llamado a entender en él antes que nadie.
Hay, por otra parte, en esa alma, viviente emblema de la resignación y el sacrificio, y que parece flotar sobre la tierra, un desinterés, una tranquilidad y una dulce firmeza, que se derramaban sobre mí. Llegué á comprender su inocente locura, y aun asociarme á ella con una especie de ingenuidad.
Palabra del Dia
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