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Actualizado: 5 de septiembre de 2025
Esta vigilancia permitía descansar a una parte del ejército; y especialmente los heridos, aunque sólo lo fueran muy levemente, como yo, teníamos libertad para estar en el pueblo, donde nos ocupábamos en reunir víveres y llevarlos a los del campamento, así como en acomodar a los heridos graves en las principales casas.
¡Un absurdo! interrumpió Maltrana . Una cosa imposible, teniendo en cuenta lo que eran las carabelas, su escaso repuesto de víveres y la necesidad de descansar en oportunas escalas. Hubiesen perecido al insistir en la empresa, o lo que es casi seguro, se habrían vuelto.
Con los preparativos de salida se había retrasado el almuerzo, y esta tardanza, así como la variedad de flores sobre las mesas y los víveres adquiridos en tierra, dieron nuevo encanto a la general nutrición. Todos comían con apetito, celebrando la frescura del comedor luego de la pesadez caliginosa de la ciudad.
La guerra había debilitado las precauciones de don Marcelo, y la familia vivía ahora en un descuido generoso. La madre, á imitación de otras dueñas de casa, hacía provisiones para meses y meses, adquiriendo cuantos víveres podía encontrar.
La tempestad había cesado y el mar se iba calmando poco a poco y no ofrecía ya peligro. Quedarse en aquel islote desierto y sin agua dulce, situado en un golfo tan poco frecuentado por los barcos, no era prudente. Urgíales llegar al estrecho de Torres y a la Nueva Guinea para acercarse al mar de las Molucas antes de que se les agotaran los víveres o volviera el tiempo a estropearse.
¡No somos mas que ocho! dijo uno de los heridos, muy tranquilo, al parecer, pero a quien chispeaban los ojos bajo una máscara de bronce. ¿Cómo ocho? Vea usted, mi sargento, que estos dos están a punto de hincar el pico... y sería perder esos víveres... El viejo sargento los miró. ¡Es verdad! dijo el guía ; hagamos ocho partes.
Apenas hubo terminado el combate, cerca de las ocho, Marcos Divès, Gaspar y unos treinta guerrilleros subieron al Falkenstein con banastas llenas de víveres. ¡Qué espectáculo les esperaba allí! Todos los sitiados, tendidos en el suelo, parecían muertos. Por mucho que se les sacudía, por muy fuerte que se les gritaba en los oídos: «¡Juan Claudio!... ¡Catalina!... ¡Jerónimo!», no respondían.
El hambre diezmaba á los sitiados que se contemplaban unos á otros silenciosamente, y en sus rostros escuálidos se veia escrita la terrible sentencia: ó entregarse ó morir. Una mujer recorre las murallas. Que me sigan doce guerreros de vosotros, grita, y doce guerreros la siguen. Aquella mujer encuentra víveres en las ciudades de Arsi y de Troyes, y Meroveo no tomó á Paris. Pasan cuatro siglos.
Van-Stael se acercó al joven pescador chino y sacudiéndole vigorosamente le dijo apretando los dientes: ¡Canalla! ¿Qué habéis hecho durante nuestra ausencia? ¿No os bastaba con saquear la despensa de los víveres y la de mi camarote, sino que aun queríais que naufragara el buque? No, señor respondió el chino . Ninguno de nosotros ha cortado la cadena. Lo juro por Buddha y Confucio.
¿Y de dónde vamos a sacar los víveres?: yo no veo por aquí más que frutas, deliciosas, sí, pero poco nutritivas. Llevaremos con nosotros gran cantidad de galletas, mejores que las que nos han robado. ¿Has encontrado alguna panadería? preguntó Cornelio riendo. No; pero te aseguro que muy pronto tendremos todo el pan que nos dé la gana. ¿Es verdad, Horn?
Palabra del Dia
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