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Actualizado: 19 de junio de 2025
Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave, que debajo de las pajas tenía, y parescióme lo más seguro metella de noche en la boca. Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa, que me acaesció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbasen el comer.
Con aquel dinero viví ocioso algún tiempo. Cuando se me acabó el dinero, cuando sentí el hambre, quise buscarme la vida, y logré entrar de galopín en la cocina de la señora infanta doña Juana. Allí me apliqué al oficio... En el que habéis adelantado. Sois un cocinero famoso... según dicen.
No habría güenas mozas que me lo quitasen; sería mío; pasaríamos nesesiá; pero los domingos, muy apañaos, nos iríamos a una venta a merendar. Aemás, ¡los sustos que paso con los marditos toros! ¡Esto no es viví!
Aproximó mi mano a sus labios, y preciso es que la naturaleza humana tenga un gran fondo de perversidad, porque este homenaje me causó un placer tan nuevo, tan intenso y tan perfecto, que tuve la idea impropia de... ¡Dios mío, lo diré! Después de la partida del señor de Couprat viví varios días en una especie de beatitud que me sería difícil describir.
Perseguido por la autoridad militar como presunto autor de este suceso, viví escondido algunos días, cambiando varias veces de refugio, mientras mis amigos me preparaban el embarque secreto en un vapor que iba á zarpar para Italia. Uno de mis alojamientos fué en los altos de un despacho de vinos situado cerca del puerto, propiedad de un joven republicano, que vivía con su madre.
Me pareció aquello muy mal y formé de Isabel idea distinta de la que tenía. Desde entonces no podía hablar con Villa sin sentirme animado de compasión, que, por supuesto no dejé traslucir. Por una de esas simplezas que los hombres inexpertos solemos tener, viví aquellos días en un estado de feliz confianza, que aún hoy, al recordarlo, me irrita contra mí mismo.
Yo tuve una muy fuerte á los diez años; y ya me daban por muerto, cuando entré en reacción, y viví y aquí me tiene usted dispuesto á llegar á viejo, y llegaré, porque lo que es el catarro, ahora lo largo. Vivirá el niño, D. Francisco, no tenga duda; vivirá. Vivirá repitió Isidora: yo se lo voy á pedir á la Virgencita del Carmen.
Aunque los pocos años que tengo más que tú no me hagan salir de la edad de mancebo, todavía no los viví en balde. Antes que tú visité a Granada; experiencia precoz de mi juventud la compré a trueque de sinsabores sin término, y esto me da sobre ti una autoridad que serás necio desatendiéndola y no mostrándome el sendero peligroso por donde caminas. Adiós.
Así pasan los días en mi obscuro retiro, desterrado del mundo donde un tiempo viví; de mi rara fortuna la providencia admiro: ¡guijarro abandonado que al musgo sólo aspiro para ocultar a todos el mundo que hay en mí!
Ni en la frente, ni en la boca se descubrían aquellas desagradables arrugas que son revelación de un alma falsa o llena de complicados sentimientos. Decididamente, la señora Liénard no tenía nada de una Dalila. Cerró bruscamente el abanico, se inclinó un poco hacia Delaberge y dijo: ¿De manera que ha vivido usted en Val-Clavin? Sí, señora; viví dos años. ¿Hace mucho tiempo?
Palabra del Dia
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