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La policía se alarma, inquiere qué noticia tan fausta se ha recibido que ella ignora, sin embargo... ¡Y éste era el pueblo que rendía a 11.000 ingleses en las calles y mandaba después cinco ejércitos por el continente americano a caza de españoles! Es que el terror es una enfermedad del ánimo que aqueja a las poblaciones, como el cólera morbo, la viruela, la escarlatina.

¿Y con tal remedio se cura también la viruela? preguntó el músico, después de convencerse de que su jarro no contenía gota de cerveza. Con tanta seguridad como la peste, afirmó el físico, limpiando su plato con un mendrugo de pan.

El secretario cogió un librote, lo hojeó y dijo: Tenemos en el almacén un antiguo notario condenado á veinte años por haber arruinado un pueblo entero de provincia... Nos presta muy buenos servicios... Aquí, en el hospital, hay un médico condenado á perpetuidad por haber envenenado á su querida... Estuvo admirable, hace poco tiempo, cuando la epidemia de viruela: sin su abnegación, no cómo hubiéramos salido del paso... Yo no quiero que me cuide otro médico cuando esté malo... Y la familia del gobernador forma parte de su clientela...

Concluida la guerra, Sid'Omar regresó a Milianah; pero, aun hoy, cuando se habla de Abd-el-Kader en su presencia, palidece y le relampaguean los ojos. Sid'Omar tiene sesenta años, y a pesar de la edad y de la viruela, conserva la hermosura del rostro: grandes pestañas, mirada de mujer, una sonrisa seductora, modales de príncipe.

Después, una especie de centauro agrandado por el misterio de la noche, que movía algo negro como una espada, sin cesar de mugir: Qui dormiunt in terræ pulvere, evigilabunt... Buenas noches, don Luis dijo el cura al reconocer al doctor. Con este van hoy ocho. Es un pobrecito que ha muerto de la viruela y lo he dejado para lo último... ¡Después dirá usted que la Iglesia no trabaja!

Hojeando los libros canónicos de defunciones de aquel pueblo, correspondientes á los meses de Abril y Mayo del año 1772, y fijándose en las páginas que empiezan en el asiento 28, se verá el tristísimo cuadro de las más encarnizadas hecatombes que registra la historia de la viruela.

Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra tía ¡casualmente nuestra tía! ¡enferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policía, y el contacto con un payaso que saltando las gradas había tomado asiento a mi lado.

Sobre la tez blanca empezó á esparcirse una especie de viruela subcutánea, formada de puntos negros pequeñísimos, como granos de pólvora. En una mejilla y en otras partes menos visibles se marcaban ó desaparecían, según los días, grandes manchas violáceas. Era la madurez precoz de la criolla de diversos orígenes.

La belladona calma las fiebres eruptivas con violenta turgencia, congestion en la cabeza, delirio, calor quemante en la piel, sequedad de la boca, y sed ardiente; pero si no aliviase y el delirio se hiciese subagudo, arsénico será eficaz. En las fiebres eruptivas malignas, importa tener presente la asfixia cutánea de que se ha hablado á propósito de la viruela confluente.

Una fiebre ardiente se había apoderado de ; estuve algunos días delirando y me vi atacada de una enfermedad contagiosa, enfermedad que hacía tiempo azotaba el país, y que hería de muerte a todo el que alcanzaba. Al primer síntoma de la aparición de la viruela, el espanto en el castillo fue grande.