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Actualizado: 14 de julio de 2025
El palacio, como las gentes del país lo llamaban, ó el vetusto caserón, como mejor se diría, estaba situado á la margen izquierda del Lora y en el fondo del valle donde radica el concejo y partido judicial de Vegalora. En torno suyo veíanse quince ó veinte chozas, pertenecientes en su mayoría y habitadas por colonos de la casa de Trevia.
Vetusto, comido de húmeda y verdegueante lepra, sustentado en postes de madera que iba pudriendo el agua, brillaba sobre el edificio la rueda, como el ojo disforme sobre la morena y rugosa frente de un cíclope.
Y el anciano torna a mover la cabeza y exclama: La agonía de la muerte... Y sus palabras, lentas, tristes, en este pueblo sin agua, sin árboles, con las puertas y las ventanas cerradas, ruinoso, vetusto, parecen una sentencia irremediable. He visitado la casa en que, viejo, perseguido, amargado, expiró Quevedo.
Me dispuse a seguir los consejos del «pomposísimo Cicerón», y de tardecita, poco antes de que sonara el «Angelus», me encaminé a la casa de Castro Pérez. Vivía a espaldas de la Parroquia, en un caserón vetusto y sombrío. Cuando llegué al zaguán me ví tentado de retroceder e ir a charlar a casa de don Procopio. Hice de tripas corazón y avancé hasta la puerta del despacho.
Por la estrecha ventana veo un patio con el brocal de un pozo desgastado, y en las paredes, empotradas, cuatro o seis columnas con capiteles dóricos. Llegan los postres. Este silencio tétrico en este casón vetusto antiguo convento , después de esta comida intragable, me apesadumbra y enerva.
Por dentro, el escritorio del señor de la Cueva representaba exactamente su apellido; todo era en él vetusto: las mesas y las sillas; los estantes, llenos de rollos de papeles, denunciaban un completo abandono.
No se atrevió a protestar de la barbarie: temía que penetrara en su alma y leyera sus sacrílegas dudas. Después de pasar por la iglesia y recoger los óleos, penetró en el vetusto palacio de Montesinos. El día estaba encapotado. La lluvia caía tristemente con una pertinacia que sólo se conoce en aquella región de la Península. Salió a abrirle, como siempre, Ramiro.
De nada, de nada respondió llevándose el pañuelo a la boca. Lléveme usted a ver la casa. Y se colgó nuevamente de su brazo. La casa era un grande y vetusto edificio de piedra amarillenta carcomida por los años, con dos torrecillas cuadradas a los lados. Todo en ella estaba podrido o deteriorado.
¡Hola! ¿Eres supersticioso? Tres días después, la sociedad de México quedó consternada, al saber que las hordas rebeldes habían entrado a saco en la hacienda principal de los Hernández Sandoval, que habían prendido fuego a su ingenio, y volado con dinamita el vetusto edificio. San Javier ya no era más que un enorme montón de escombros.
Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa saboreando el café, y salió del comedor. Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso del que entra en un baño tras un penoso viaje.
Palabra del Dia
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