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Actualizado: 19 de junio de 2025
Por las tardes, cuando reunidos los jóvenes, ponderábamos las magníficas colocaciones que habíamos abandonado, y cuán tristes habían quedado nuestros amigos al vernos partir; cuando enseñábamos daguerreotipos, y bucles de cabello, y hablábamos de María y de Susana, el pobre hombre solía sentarse entre nosotros y nos escuchaba penosamente humillado, aunque sin decir esta boca es mía.
No nos comía la prisa y jicimos noche en la villa de San Vicente, que al otro día abrió puertas y ventanas para vernos salir... Mira, hombre, poco más de un mes antes había salido de España, a tiro limpio, el último ladrón de los de Pepe Botellas... Cabalmente. Pues bueno: paramos poco en la ciudad, porque no nos gustó aquello.
María Teresa chocada de aquel tono agresivo que revelaba un estado de alma que no se explicaba, pues Martholl no era para ella más que un amable indiferente, miró a Juan con sincera sorpresa: ¿Qué tiene usted, mi pobre amigo? Nunca lo he visto de tan mal humor. ¿Es de vernos flirtar un poco que se irrita usted así? ¿Hay grados, entonces, en el flirt?
Palabra empeñada y cuestión de honra son cosa sagrada, dijo Reno desenvainando el acero. La luz de la luna basta para vernos el bulto y estos dos mozos servirán de testigos. Cuestión de honra, compañeros. ¿Qué decís? exclamó Roger. ¿Qué cuestión de honra puede inducir á dos amigos como vosotros á matarse á sangre fría? ¡Tened!
Habíamos quedado en vernos en San Felipe. Pero urge, urge. Así, pues, os vendréis conmigo. ¡Sin almorzar! dijo el cocinero . ¡Yo que venía con él para que almorzase! Donde yo le llevo almorzará mejor. ¿Mejor que en mi casa? Sí, señor; vuestro sobrino, señor Francisco, almorzará hoy mejor que el rey.
Era natural, pues, que aquella noche mi tía se dirigiera a lo de Bringas. ¡Viva la patria! exclamó don Narciso al vernos entrar. ¡Viva! repitió mi tía; supongo que usted me anuncia el triunfo, don Narciso.
Dice que sin ella y con la barba blanca que antes traía aparento tantos años que le da vergüenza ir conmigo por la calle...¡Como si a pesar de estos adimentos ridículos no se conociese que paso de los ochenta!... Yo bien comprendo que a ella le avergüenza estar casada con un ochentón, y usted mismo se habrá dicho al vernos: «¡Vaya un matrimonio estrafalario!... ¿Cómo se le habrá ocurrido a este viejo decrépito casarse con una joven tan linda?...» Nada; no me diga usted nada; quien dice usted, dice todos los demás que nos conocen.
Dolly Dawson, con quien Reginaldo había entablado una especie de agradable amistad, más con el propósito de poderla observar e interrogar que por otra cosa, vino a vernos para informarse de mi salud y saber si habíamos conseguido alguna noticia sobre el paradero de Mabel. Su padre nos dijo, habíase ausentado por varios días de Londres, y ella iba a partir para Brighton, a visitar una tía.
Sobre todo, hemos sido dadivosos, espléndidos, con aquellos que han logrado penetrar hasta aquí y hacernos una visita. Uno de los primeros que vino a vernos desde Europa fue Pitágoras de Samos, y a nosotros se nos debe no pequeña parte de su sistema filosófico.
Por donde ella pasase, la mirada del hombre se engancharía en el ritmo de su cuerpo: y aquel joven, aquel extraño, iba á acabar... No pudo seguir. ¡Tú también!... exclamó ella . ¡Adiós, Miguel! Siempre pensaré en ti, pero es mejor dejar de vernos. No me guardes rencor. Tal vez algún día... Y resueltamente le volvió la espalda, descendiendo las gradas hacia el bulevar.
Palabra del Dia
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