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Actualizado: 19 de julio de 2025
Aquel canto fúnebre resonaba como un adiós tristísimo a nuestra pasada dicha, como una súplica en nombre de nuestro eterno amor. Con sus manos entre las mías, escuchamos las dulces y melancólicas notas. ¡Mi Reina y mi Cielo! dije. ¡Mi amante y leal caballero! respondió Flavia. Quizá no volvamos a vernos. ¡Un beso y parte! Le di un beso, pero se abrazó a mí, murmurando mi nombre una y cien veces.
Poco después escribió una larga carta a su esposa rebosando de ternura. Al final le decía que al día siguiente iría a verla. Al despertarse por la mañana recibió la contestación de Carlota. «No vengas a verme. No quiero que pises esta casa. Espera a que te indique el sitio y la hora donde podemos vernos. Eres demasiado bueno, Mario.»
No estará tan bien alojado como aquí, ni tendrá tan guapa mesonera, ¡ja, ja, ja! pero le daremos cariño largo y lo mejor de lo de casa; y... algo es algo, ¡ja, ja, ja! De todos modos, no es puñalada de pícaro todavía, y pueden ustedes ir formando su composición de lugar para cuando volvamos a vernos. Porque hemos de volver a vernos, ¿no es verdad?
Al darnos de cara con Luisa, al recibir el saludo de su ademan y de sus ojos, aquel tierno saludo de un alma buena y generosa; al vernos casi enfrente de aquella mujer que poco antes se moria, de aquel cadáver resucitado, se nos oprimió el corazon, y quedamos allí como dos figuras de piedra. ¡Pobre Luisa! ¡Alma tierna!
A la legua de camino, al lado del N de un bosque espeso de sauces, salió un indio: huyó al vernos, y habiendo ido á llamar á sus compañeros, como á la legua, nos salió una comitiva de indios, que serian 50, todos con armas. Pidiéronme tabaco; mas un viejo con desagrado daba voces en su lengua, y me quitò de la mano el tabaco que tenia, como enfadado: díles otras cosas y se fueron.
»¿Cuándo se celebrará? me preguntó. »Mañana, si quiere. »Estrechó mi mano con una expresión de ternura y de reconocimiento difíciles de explicar. »Hasta mañana me dijo, y separose de mí para entrar en su habitación. »La mañana siguiente, poco antes de la hora en que debíamos vernos, se presentó Gerardo, pidiendo ver a su hijo.
Entonces no diga usted esa triste palabra «adiós», pues hemos de vernos todavía. Ciertamente, no marcharé sin despedirme de usted y sin estrechar su mano. Hablaba Delaberge con voz contristada y se disponía a salir. Lo notó Camila Liénard y vio el aire de tristeza que oscurecía su rostro.
En medio de la noche nos llama y estrecha tus manos y las mías, como cuando estuvimos juntas con él sobre el tablado. Y en el bosque, donde solo los antiguos árboles pueden oir á uno, y donde sólo un pedacito de cielo puede vernos, se pone á hablar contigo sentado en un tronco de árbol. Y me besa la frente de modo que el arroyuelo apenas puede borrar su beso.
Disparóse mucha artillería dellas y del castillo, y de las galeras de la presa no disparó ninguna. Entraron demostrando el descontento que todos traíamos en vernos llevar á Trípol tan al contrario de como pensábamos ir á él. La armada tardó allí tres días: de aquí licenció el Bajá dos fragatas que había días que tenía. Eran venidas á rescatar cristianos.
Por fin le escribí dándole cuenta de mi viaje y de las razones que lo habían motivado: se presentó inmediatamente y pareció como que se admiraba mucho de vernos, sintiendo y deplorando la conducta que habíamos observado.
Palabra del Dia
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