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Actualizado: 24 de junio de 2025
El año 852 se halla en su tercio final: veintiocho cristianos han muerto á manos de los verdugos del Amir; su obispo y su mas caro maestro conocen ya el rigor de las prisiones. ¡Ay de los que se atrevan en lo sucesivo á desafiar su saña!
De vez en cuando la acercaba a los labios y tragaba parte de su contenido alzando en seguida los ojos y exclamando interiormente: «¡Dios mío, que pase de mí este cáliz!» Tal vez que otra posábalos también con inefable serenidad en sus verdugos, expresándoles de una manera conmovedora que si Dios les perdonaba su crueldad, ella, por su parte, no tenía inconveniente en otorgarles un amplio y generoso perdón; aunque mucho dudaba que el Supremo Hacedor se lo concediera.
Era una fatalidad implacable que pesaba sobre ella desde que había pisado a Orsdael; tenía que disimular, fingir, mentir siempre, lo mismo a su hija que a sus indignos verdugos. Permaneció un momento inmóvil, absorta en sus sombríos pensamientos. Luego, de golpe, irguió la cabeza.
Mas todo lo sufría con paciencia por ser los verdugos hijos de tal madre. Porque es de saber que el Canelo había tomado grandísimo amor á la condesa desde el punto en que la vió, sin que para ello hubiese ningún motivo de interés, pues ya conocemos la generosidad y limpieza de su corazón.
Los más violentos de sus compañeros hablaban al desembarcar en Inglaterra de futuras venganzas contra los verdugos, mientras Gabriel pedía perdón para ellos, ciegos instrumentos empleados por la sociedad en un momento de terror, que creían haberla salvado con su barbarie.
¡Pobre ciudad! no bastaba que hubiese sufrido los horrores del hambre y la anarquía: faltaba aun que la insultasen sus verdugos. ¿Quién vendrá ya á salvarla? ¿quién podrá ya venir siquiera á dulcificar sus postreros instantes de amargura?
Si vaciláis, si llega a faltaros la energía necesaria, mañana os veréis lejos de Orsdael y vuestra hija seguirá siendo la víctima de la señora Bruinsteen, hasta que una muerte prematura o una enajenación mental corone la maldad de sus verdugos. ¡Por Dios, tenedme lástima, Catalina; hablad claramente! ¿Por qué me torturáis así?
El los vio quemar, los vio mirar con desprecio desde la hoguera a sus verdugos; y ya nunca se puso más que el jubón negro ni cargó caña de oro, como los otros licenciados ricos y regordetes, sino que se fue a consolar a los indios por el monte, sin más ayuda que su bastón de rama de árbol. Al monte se habían ido, a defenderse, cuantos indios de honor quedaban en la Española.
Esa ceremonia fría y seria que se llama el matrimonio, ¿hubiera ornado mejor tu nacimiento que el último beso que se dieron tus padres ante Dios, el pueblo y los verdugos, que el sacramento de sangre que los unió en la eternidad?... ¡La hija de Jacobo Evrard!
Y la realidad de las cosas respondía tirana que era un tormento durísimo vivir con aquella familia de enajenados, verdugos de la ajena y la propia felicidad. Parecía imposible aprender aquellos genios ni llevar una hora seguida la corriente de aquellas voluntades, porque a cada minuto se tropezaba en el escollo de una mudanza o en el abismo de un arrebato.
Palabra del Dia
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