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Actualizado: 24 de junio de 2025
Nuestro declamador había venido tan extemporáneamente para un negocio de su casa. Pensaba pasar en Madrid tres o cuatro semanas a lo más e irse a Biarritz en septiembre. Tenía fama de calavera, pero no de los calaveras víctimas y explotados, ni tampoco de los verdugos y explotadores.
Estaba yo todavía vigoroso, á pesar de las privaciones sufridas, y de un empujón derribé por tierra á dos de mis verdugos.
Tía, no creo realmente manifestar ridículas exigencias, pidiendo a mi futura mujer principios más sólidos que los de la señorita de la Treillade, para quien los niños son polichinelas molestos, verdugos de la belleza... y en cuanto a las escandalosas historias, a las pocas decentes bromas, a los eróticos equívocos con que aquella señorita esmalta sus conversaciones con sus amigas, sé de sobra que por desdicha, es hoy moneda corriente entre señoras de alta sociedad, y aun, lo que es peor... entre solteras... Pero, si me caso, es precisamente para no oír en mi casa lo que escucho en la de cualquier cortesana... Todo lo contrario, deseo para siempre olvidar ese tono, ese lenguaje de que me siento harto hasta el fastidio... ¡Quiero respirar un poco de aire puro en mi hogar!
»Y apenas grité «¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos!» este hombre de guerra, héroe de cien campañas, tal vez porque tiene un sentido de la realidad más exacto que yo, que no soy mas que un pobre poeta, me agarró las manos, suplicándome: «¡Por Dios, maestro! ¡Nada de locuras! ¡Nos va usted a hacer matar a todos!...» Esto no lo habrá olvidado seguramente mi querido camarada de infortunio.
Clara tomó una de sus manos que colgaba fuera de las ropas y la besó con efusión, regándola con sus lágrimas; llanto de la inocencia provocado por la crueldad de aquellos verdugos. Señora, otra vez se lo pido exclamó con voz apenas inteligible; no me abandone usted, usted es una santa. No permita que me echen así ... á estas horas ... yo tengo miedo. No me abandone usted.
Una astilla de la verdadera cruz, otra del arca de Noé y la tercera de la puerta del gran templo de Salomón. De los tres cantos que aquí tengo, el menor fué uno de los que le arrojaron á San Esteban sus crueles verdugos, y los otros dos proceden de la torre de Babel.
El cura erguía su cuerpo pequeño y redondo, queriendo abarcar en una mirada de resignación las víctimas, los verdugos, la tierra entera, el cielo. Parecía más grueso. El negro ceñidor, roto por las violencias de los soldados, dejaba libre su abdomen y flotante su sotana. Las melenas plateadas chorreaban sangre, salpicando de gotas rojas el blanco alzacuello.
Presentación gritó con angustia: ¡Que matan al pobre D. Paco! Salió el infeliz, o lo sacaron, es decir, allá se fue todo junto, víctima y verdugos, por la puerta afuera. Con esto se despejó un tanto la tribuna y pudimos salir de los últimos tras la oleada de gente que mal de su grado abandonaba la sesión.
Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres; y así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo de una hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas, y tras todos su verdugos, diciendo: ¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios!
Su espalda resonaba como un cofre vacío bajo los golpes. Algunas veces, la desesperación del dolor enardecía a la víctima; el cordero se volvía fiera, y antes de caer al suelo, gimoteando como un niño bajo la superioridad del número, se arrojaba sobre los verdugos, arañándolos, intentando morderles.
Palabra del Dia
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