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Actualizado: 15 de octubre de 2025


¡Eso sería matarme, niña mía! ¿Sabes por qué me pongo enfermo? por no poder besar esos ojos que me asesinan. ¡Jesús! exclamó Venturita soltando la carcajada. ¡Qué fuerte te da! ¡Siento no poder curarte! ¿Permitirás que me muera? Si. ¡Gracias! Déjame besar tus cabellos entonces... No. Tus manos. Tampoco. Déjame besar cualquier cosa tuya... ¡Mira que me haces mucho daño!

Te vas haciendo muy adulador. Yo no quiero que te rías de , ¿lo oyes? ¡Oh! yo no me río de nadie... pero mucho menos de ti... repuso él sin levantar los ojos del papel, con voz cada vez más baja y visiblemente conmovido. Venturita tenía siempre los ojos fijos en él con una expresión maliciosa, donde se leía claramente el triunfo del orgullo satisfecho.

Venturita, después de unos días en que no cambió con su marido palabra alguna y aparecía pálida y ceñuda, herida, sin duda, por la violencia que éste había desplegado en la escena que hemos descrito, volvió a ser lo que antes, alegre y decidora unas veces, colérica y caprichosa otras, siempre de palabra aguzada y sarcástica.

Gonzalo se confesó con sencillez que gustar... lo que se llama gustar de veras... como ahora Venturita, por ejemplo, nunca le había gustado. ¿Entonces por qué?... ¡Vaya usted a saber lo que son estas cuestiones! Era un niño, no hablaba con señoritas.

Además, presumía muy bien que la renta que en Sarrió les permitía vivir como los primeros, en Madrid no bastaría a sustentarlos en el mismo pie, sobre todo, dada la inclinación de su mujer al boato. Venturita, sin embargo, estaba tan segura de vencer esta resistencia, que no hablaba siquiera del asunto, meditando la época y la forma en que habían de irse.

Ventura salió en pos de ella, serena; pero pálida. Llamó a Generosa, su confidente, y le dió un recado para Gonzalo. Este, a las nueve de la noche, se paseaba por delante de la casa de Belinchón. Pocos minutos después, Venturita abría la ventana del escritorio, que estaba en la planta baja y tenía rejas. Ya está todo arreglado dijo en voz de falsete luego que el joven se hubo acercado.

Al levantarlo para contestar a Pablo, sus ojos tropezaban siempre con los de Venturita, cuya mirada risueña, y maliciosa le turbaba momentáneamente. Levantáronse al fin de la mesa y se diseminaron. Don Rosendo y Ventura desaparecieron. Pablo, después de charlar algunos instantes, concluyó por irse también. Quedaron solamente en el comedor doña Paula y los novios.

Temía la primera entrevista, y no le faltaba razón. Doña Paula le recibió con marcada frialdad, y hasta en los criados halló una sombra de hostilidad que le hirió. Por otra parte, la idea de encontrarse con Cecilia le hacía temblar. Mas cuando se presentó Venturita en la sala, todos los temores y tristezas se desvanecieron.

La mirada clara y tranquila de Cecilia le hizo el mismo efecto que una corriente eléctrica. Volvióse a doña Paula, y el rostro de ésta se hallaba fuertemente fruncido con expresión severa y dolorosa. Venturita miraba hacia los balcones con afectada indiferencia. Al fin se sentó todo convulso.

Lo más probable es que, indignados justamente por ella, me recriminasen duramente y me prohibiesen la entrada en esta casa... Bien, cásate con ella... ¡y en paz! dijo Venturita poniéndose en pie un poco pálida. ¡Eso nunca! O me caso contigo, o con nadie. Entonces, ¿qué hacemos? No replicó el joven bajando la cabeza con tristeza. Ambos guardaron silencio unos instantes.

Palabra del Dia

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