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Al cabo, este hombre celebrado y aplaudido de todos por sus excelentes comedias, a la par que por su deliciosa y amenísima conversación, aludiendo a la cual había escrito Cervantes: «Topé a Luis Vélez, honra y alegría y discreción del trato cortesano, y abracéle en la calle a medio día»,

7 El licenciado Vidriera, de D. Agustín Moreto. 8 Nuestra Señora del Pilar, de Sebastián de Villaviciosa, D. Juan de Matos y D. Agustín Moreto. 9 El embuste acreditado y el disparate creído, de D. Luis Vélez de Guevara. 10 Agradecer y no amar, de D. Pedro Calderón. 11 No hay burlas con las mujeres: casarse y vengarse, del Dr. Mira de Mescua. 12 Los amotinados de Flandes, de Luis Vélez de Guevara.

Representa un suceso que hubo de ocurrir en el reinado de Don Fernando y Doña Isabel, cuando la primera rebelión de los moriscos en las Alpujarras. Ni en la obra de Mendoza, ni en la de Mármol Carvajal, se encuentra noticia alguna histórica que aclare ese suceso. El primero que le dió forma dramática fué Luis Vélez de Guevara. Su comedia, muy notable, lleva el mismo título que la de Calderón.

La dama se calla otra vez, pero experimenta leve disgusto; para que se vaya a casa satisfecha y coma con apetito, es preciso que estén en el paseo la de Quintanar, la de Beleño, la de Casagonzalo, la de Trujillo, la de Torrealta, la de Villavicencio, la de Córdova, la de Perales, la de Vélez Málaga y la de Cerezangos, a quienes está viendo hace veinte años, en todos sitios y a todas horas: si no, se marcha mal humorada, diciendo que el paseo estaba muy cursi.

Todas ellas fingiendo cumplir un deber de cortesía con ustedes al visitarlos, se agarran a esa ocasión para darse pisto entre las gentes de la villa y meterles a ustedes sus trapitos por los ojos... Cuando concluya esta tanda, empezará la de las otras, el Faubourg Saint-Germain de aquí, «nuestra vieja aristocracia», como si dijéramos, los Carreños de abajo y los Vélez de arriba, que es ya lo único que nos queda de esa clase, y bastante averiado por cierto.

El día 2 de Marzo de 1604, el asesino fué degollado por el verdugo Francisco Vélez en la Plaza de San Francisco, y apunta el documento contemporáneo de donde saco esta noticia, que el interés que despertó el caso fué extraordinario, publicándose del suceso muchos romances populares.

11 El trato muda costumbres, de D. Antonio Mendoza. 12 Con quien vengo, vengo, de D. Pedro Calderón. 1 No guardas tu secreto, de D. Pedro Calderón. 2 Juan Latino, de D. Diego Jiménez de Enciso. 3 Celos, amor y venganza, de Luis Vélez de Guevara. 4 La firme lealtad, de Diego de Solís. 5 La sentencia sin firma, de Gaspar de Ávila. 6 Fingir lo que puede ser, de D. Ramón Montero de Espinosa.

En la Campada se recibió la misma historia, con nuevas ilustraciones, a las dos; y todos los Carreños cayeron sobre ella como una piara de cerdos sobre un costal de patatas: a dentellada limpia entre gruñidos de placer. Los Vélez, que lo supieron a las dos y media, lo tomaron en tono muy diferente.

La fortuna de Velázquez estaba asegurada, entendiendo por tal la seguridad de seguir sirviendo al Rey; y a cambio de aquella envidia de los del arte, llovieron sobre el artista sevillano los aplausos y las poesías; su propio suegro le dedicó un soneto que ni aun por curiosidad merece copiarse, y don Juan Vélez de Guevara le compuso otro que aun siendo mejor que aquél tampoco es bueno.

Desgraciadamente, no es un general cuadrado como lo pedía Napoleón; el valor predomina sobre las otras cualidades del general en proporción de ciento a uno. Y si no, ved lo que hace en Tucumán; pudiendo, no reúne fuerzas suficientes, y con un puñado de hombres presenta la batalla, no obstante que lo acompaña el coronel Díaz Vélez, poco menos valiente que él.