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Actualizado: 28 de junio de 2025
La Cantora, por último, es igualmente una novela donde hay vehementes pasiones y valerosos combates contra ellas de la voluntad virtuosa, sin que falte el interés a pesar de lo sencillo del argumento y de la bondadosa suavidad de los caracteres. Evidente prueba de la naturalidad, gracia y primor del estilo dan el interés y el deleite con que se lee la historia de Las de García Triz.
A pesar de su traje seglar, había en este personaje no sé qué de frailuno. Su cabeza parecía hecha pura la redondez del cerquillo, y ancho gabán que envolvía su cuerpo, más que gabán, parecía un hábito. Tenía la voz muy destemplada y acre; pero sus movimientos eran sumamente expresivos y vehementes.
O bien convierten a sus héroes en enojosos y pesados predicadores, o bien, si les dejan hablar lo que la pasión naturalmente les inspira, se comprometen a responder ante la posteridad, y si sus obras no llegan tan lejos, ante sus contemporáneos, de todos los extravíos, delirios y ensueños que ponen por fuerza en boca de los hijos de su fantasía, acalorados y vehementes.
Es más: la poesía erótica es tan bella, entendida y realizada así, que, lejos de condenarla, la religión, por severa y espiritual que sea, ha solido valerse de sus frases vehementes y de sus acentos apasionados, para expresar los éxtasis y arrobos místicos, y los más sublimes misterios, aspiraciones y raptos del alma hacia lo infinito y lo eterno.
Alguna vez, arrastrada de su temperamento impresionable, sintió impulsos vehementes de seguir el ejemplo de Judith, haciendo expiar a algún malvado tan horribles sacrilegios. Quisiera tener en su mano a los perseguidores de Jesús para deshacerlos y convertirlos en polvo.
En el graderío elevábase un rumor, producto de vehementes conversaciones. Los amigos del espada creían oportuno explicarse en nombre de su ídolo. Está entoavía resentío. No debía torear. ¡Esa pierna!... ¿No lo ven ustés? Los capotes de los dos peones ayudaban al espada en sus pases.
Ni millonarios, ni hombres de sports. Ella tomaría á quien quisiera escoger. Los hombres iban á ofrecerse á Mina Craven formando legión, satisfechos y felices si se dignaba hacerlos sus esclavos. Inmediatamente, como un síntoma de cariño fraternal, sus dientes castañeteaban de cólera y se le cerraban los puños. ¡Qué deseos tan vehementes tenía de aporrear á este compañero de juegos infantiles!...
Los vehementes deseos de volverse a ver después de separarse, la sensación de grata sorpresa al encontrarse de nuevo, las pueriles tristezas y las misteriosas alegrías, síntomas de esa enfermedad del alma que llaman amor, todo lo fueron sucesivamente experimentando los dos jóvenes, sin que ni una sola circunstancia escapara a la escrutadora mirada, del doctor, quien en más de una ocasión había parecido como que se arrepentía de haber sido condescendiente con Amaury, cuando ocurrió la escena que queda relatada.
Doña Ana sintió terribles remordimientos por haber engañado y olvidado a aquel santo varón, que era perseguido por sus virtudes y ni siquiera se quejaba. Aquella sonrisa, y la comparación de las estrellas le llegaron al alma a la Regenta. «¡Tenía enemigos!» pensó, y le entraron vehementes deseos de defenderle contra todos.
Por el contrario, La reina Juana de Nápoles, es una producción desdichada, porque, exponiendo pasiones vulgares en sus arrebatos más vehementes, sólo engendra inconsecuencias, y, á pesar de su sangrienta catástrofe, anula por entero el efecto trágico que se propone. Desearíamos que Lope no fuese el autor de esta tragedia, cuya autenticidad, por desgracia, es irrecusable.
Palabra del Dia
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