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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Registraba bibliotecas, tiritaba de frío en los severos anfiteatros y me metía por las noches en los gabinetes de lectura en donde los condenados a morirse de hambre, pintada la fiebre en sus rostros, escribían libros que no habían de darles fama, ni enriquecerlos. Adivinaba en ellos impotencias, miserias físicas y morales cuya vecindad no me confortaba por cierto.
De nuevo fijó en ella su mirada el jesuita, y prontamente, acercándose a su oído y silabeando como en el confesonario, murmuró: Ahora que esa pobrecita se ha muerto... ya sabe usted mi consejo, ¿verdad? ¡Tierra en medio, hija! Esta vecindad... estos aires no le convienen. A León.... Si me envían allá... la he de felicitar.
Almorzaba, comía y cenaba por diez maravedís casa de su vecina la tía Zarandaja; descolgaba sus bacías, y quitaba sus celosías a puestas del sol, y al cerrar la noche se salía sin que nadie le sintiese; iba adonde nadie sabía, y volvía a su casa sin que la vecindad pudiese enterarse de la hora de su vuelta.
Ya no vio más. Se sintió cogido de nuevo. Pero ahora era su madre la que sollozaba lo mismo que la vecina. «¡Hijo mío! ¡pobrecito!» La dolorosa visión borrábase instantáneamente en su memoria. Un período de obscuridad venía luego, y pasado éste, se veía con cierta blusa negra que le daba gran prestigio entre la chiquillería de la vecindad.
Casi diariamente recibía personas de la vecindad que se habían interesado por su curación y que iban a felicitarla por haber recobrado la salud. La viuda inició la conversación con unas cuantas palabras incoherentes que daban idea del tumulto de sus pensamientos. Señora le dijo , usted no esperaba seguramente... yo tampoco esperaba... Si hubiese sabido... Acabo de llegar de París, señora.
Se veía muchacho pelón jugando con los chicos de la vecindad los días en que su tío lo convidaba a comer en aquel portal inmenso, obscuro, rezumando humedad por entre su empedrado de guijarros.
En los baños de Quinto se acabó de curar...». Despidiose el susodicho tan contento por llevarse su dinero como afligido por el percance de D. Francisco. A Isabelita, que estaba triste, afectada y sin ganas de comer, la mandaron a casa de Cándida para que pasara allí todo el día jugando con Irene y otras niñas de la vecindad.
Observa dijo éste bajando la voz y señalando al coronel que hay personas delante... Dispénseme V., coronel manifestó la señora sofocada aún por la ira; pero no lo puedo remediar... ¡Este hijo con sus cochinerías me quita la vida! El hijo, en tanto, daba tales gritos, que no diré en la cocina, sino en toda la vecindad debieran oírse perfectamente.
Tú irás lejos... Te lo digo yo, que he visto de cerca a los grandes personajes. Y pensaba en su hijo, en su Pepín, que ya tenía siete años y llevaba descalabrados a varios chicos de la vecindad. Era un genio asombroso para echar la zancadilla y poner la piedra donde fijaba el ojo. Pepín pertenecía a otra raza: la de su padre. Había nacido para obedecer, para quedarse abajo.
Los hay más pequeños, de piel blanca y brillante, negros, de pelo muy lanudo y cara inteligente y otras variedades que se diferencian en muy poco de las ya mencionadas. Estos animales se reunen en grandes bandadas, armando tales griterías que se hace insoportable su vecindad.
Palabra del Dia
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