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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Algún tiempo después se sintió la virreina atacada de esa fiebre periódica que se designa con el nombre de terciana, y que era conocida por los Incas como endémica en el valle de Rimac. Sabido es que cuando, en 1378, Pachacutec envió un ejército de treinta mil cuzqueños a la conquista de Pachacamac, perdió lo más florido de sus tropas a estragos de la terciana.

Acuérdate de David, mancebo, que era un pastorcillo sin fuerzas, y venció y derribó al gigante en el valle del Terebinto. ¿Cuántas hermanas, hijas, madres y esposas no han logrado convencer á sus descarriados maridos, hermanos, hijos ó padres? Á gloria parecida debes aspirar , y Dios te premiará y te dará brío para alcanzarla.

Sombra, le preguntó ¿dónde podría estar esa tierra del Eldorado? «Más allá de las montañas de la Luna, en el fondo del valle de las sombras; cabalgad, cabalgad sin descanso respondió la sombra, si buscáis el Eldorado....».

Y acabó la noche, al fin, de envolver la casona y el valle y las montañas en la más densa e impenetrable oscuridad; se cerraron los portones, se avivó la fogata de la cocina, se arrimó a ella mi tío en el sitio de costumbre, pero inquieto y alarmado también, porque nos veía alarmados e inquietos a todos los que vagábamos como sombras, más que andábamos como personas, en su derredor... y ¡nada, ni una voz afuera, ni un golpe, ni un silbido!... El silencio, la soledad, el frío de los sepulcros, ¡la muerte por todas partes!

Entonces se convierte el lago en alud terrible; mezclada el agua con piedras, témpanos y todos los restos arrancados á la orilla, se precipita rabiosamente en el valle inferior; arranca los puentes, destruye los molinos, arrasa las habitaciones, desarraiga los árboles de las pendientes bajas, y revolviendo hasta las praderas, como lo haría la reja de un arado inmenso, las arrolla al pasar y las confunde con el caos de tal diluvio.

Veía Azpeitia por primera vez, aquel hermoso rincón del territorio vasco, que sólo de lejos rozaba la vía férrea, y en el cual parecían haberse refugiado el espíritu y las tradiciones de la raza. Aquella tierra era la de San Ignacio. A pocos minutos, en el centro del valle, estaba Loyola con su convento inmenso, cuya fealdad de caserón-palacio tentaba la curiosidad del doctor.

El valle, verde, húmedo y reluciente, perfectamente iluminado por los rayos oblicuos del sol, parecia un inmenso tapiz de esmeralda salpicado de manchas de azabache y ópalo, y en el fondo se agitaban las ondas del lago de Lowerz con los últimos estremecimientos causados por el soplo de la borrasca.

La música de los campanarios caía sobre la ciudad en frescas oleadas y se difundía por el valle, a manera de río desbordado que quisiera escaparse por los barrancos. Allí se detenía un instante, y luego como que se levantaba ansiosa de volver a las alturas, para remontarse a los cielos en pos de los astros que iban palideciendo y borrándose en la ténue claridad del crepúsculo.

Sobre esta condición del carácter, que era ingénita en ella, la educación severísima de Doña Blanca, su continuo hablar de nuestra perversidad nativa, su concepto del mundo y del vivir como valle de lágrimas y tiempo de prueba, y su terror de la eterna condenación y de lo fácil que es caer en el pecado, habían difundido por toda el alma de Clara una sombra de amarga tristeza y de medrosa desconfianza.

Por fin pudo hablar, y con una voz opaca y baja, como de quien habla de muy lejos, dijo: Bueno, señora, bueno. Y Dios le pagará su buena intención. Leonor se quedará en el colegio. Y ya hemos visto en los comienzos de esta historia que estaba Leonor a punto de salir de él. Capítulo III ¿De qué ha de estar hablando toda la ciudad, sino de Sol del Valle?

Palabra del Dia

bagani

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