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¿De modo añadió ésta quedándose delante de la silla que antes había ocupado , que no hay más asuntos que tratar por ahora entre los dos? ¿Por qué lo preguntas? Porque tengo que hacer en otra parte de la casa... Ya ves , la señora de ella, y lo mejor del día gastado en conversación...

Acércate y mírame. ¿Ves cómo me ha puesto el calor del estío; a , tan fuerte, tan poderoso; a , que levanto las olas, que arraso los campos, que no hallo resistencia a mi empuje? Este día de canícula me ha matado; me dormí embriagado con la fragancia de las flores con que jugaba, y aquí me tienes desfallecido.

A D. Diego el mayor habló primero, Diciendo en alta voz: "Mira que seas Vasallo de tu Rey, muy verdadero, Porque en aqueste trance no te veas: Y pues, hijo, ves como yo muero, Así la gloria eterna tu poseas, Que cures de vivir siempre de suerte, Que no mueras tambien de aquesta muerte."

María Egipciaca, habría deseado estar abajo, con gran vestido de cola, pasando bandejas. Una de las de Lantigua se aventuraba a sostener que aquello era una comedia mal representada, y otra sólo se fijaba en el lujo de los trajes y uniformes. Mira, mira mi mamá. ¿La ves con su vestido melocotón? Está junto al señor de Pez, conversando con él.

¡Qué bajo eres, Pepe! exclamaba ella riendo. No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ¡tuyo hasta la muerte! Te quiero más que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y los beso. ¿Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo hacerlo. Clementina le miraba risueña.

1 Y volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó como un hombre que es despertado de su sueño. 2 Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: Miré, y he aquí un candelero todo de oro, con su depósito sobre su cabeza, y sus siete lámparas encima del candelero; y siete canales para las lámparas que están encima de él;

Sorprendida por mi brusca entrada en el salón donde ella estaba, me echó una mirada interrogadora. Abuela exclamé triunfante, es el cristianismo el que ha hecho las solteronas; así, pues... ¡Qué tonterías dices, hija mía! ¿Cómo quieres que el cristianismo haya hecho las solteronas?... Divinizando la virginidad. Ya ves que misma te contradices.

¡Mari-Crú! ¡Palomica mía! suspiraba la vieja. ¿Me ves? ¡Aquí estamos toos!... ¡Contesta, Mari-Crú! suplicaba Alcaparrón, lloriqueando. Soy tu primo, tu José María... Pero la gitana sólo contestaba con estertores roncos, sin abrir apenas los ojos, mostrando por entre los párpados inmóviles las córneas de un color de vidrio empañado.

Señor conde, usted tiene algún diablo metido en el cuerpo; está usted tan mozo y tan fresco como la última ves que le vi. La señora condesa no tiene tan buen color, pero ha de ser por culpa, si no me engaño, de estos diablejos que veo por aquí tan gordos y sonrosados.

De su encanto, que ninguna sombra empaña tendrá valor y nobleza, porque al cantar tu grandeza también canto la de España. Pobre bardo, hoy a tus pies vengo a ofrecer mis cantares. Rica perla de dos mares, si humilde mi ofrenda es, ya ves que con profunda emoción, de tu cariño al encanto, también, al par de mi canto, te ofrezco mi corazón.