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Actualizado: 10 de junio de 2025


Se habían separado en la puerta de la estación. Los centinelas no dejaban ir más adelante. Ella le entregó su sable, que había querido llevar hasta el último momento. Es hermoso ser hombre dijo con entusiasmo . Me gustaría vestir un uniforme, ir á la guerra, servir para algo. No quiso hablar más, como si de pronto se diese cuenta de la inoportunidad de sus últimas palabras.

Los ocho músicos de que constaba la banda vestían aún, cuando iban a tocar de ceremonia, el antiguo uniforme de la extinguida institución defensora de nuestras libertades. Eran los músicos menestrales o jornaleros de los más listos; no tocaban mal, y siempre el Municipio les pagaba un buen estipendio: seis y hasta ocho reales a cada uno.

Los convidados eran unos cincuenta, y en el curso de la noche fueron llegando muchos más. Parecía como que hubiese corrido una noticia por los lugares de placer de la capital, atrayendo á toda la juventud libertina. Frente al príncipe estaba sentado un teniente de cosacos, pequeño, felino, negruzco, con ojos asiáticos. Su uniforme sucio revelaba un viaje reciente.

Quintanar le seguía muerto de sueño, encerrado en su uniforme de cazador, de que se reía no poco Frígilis, quien usaba la misma ropa en el monte y en la ciudad, y los mismos zapatos blancos de suela fuerte, claveteada.

Su adversario no podía batirse con el kepis puesto; su color amarillento y la cifra de la Legión bordada más arriba de la visera le daban una visualidad inadmisible. Su uniforme era también una preocupación para Toledo, que se esforzó por suprimir en él todos los detalles vistosos.

Todos los días lo mismo: amaestrar hombres para que se muevan de este modo o el otro, jugar al dominó o al billar en un café, pasear el uniforme o echar un sueño en el sillón del cuarto de banderas.

El sólo comprendía los jefes de Estado con uniforme, el pecho cubierto de condecoraciones, las dos manos en la empuñadura del sable y bajo sus ojos un ejército inmenso, pronto á pegar para imponer sus órdenes. ¡Y este señor de chaqué y sombrero de copa, con sus lentes y su sonrisa de clérigo letrado, era ahora el hombre en el que convergían las miradas de esperanza de medio mundo, el poder decisivo que unos deseaban atraerse y otros no querían irritar!...

Todos los días vemos las mismas caras y el mismo paisaje; las palabras que vamos a oír son siempre idénticas. Y ved la extraña paradoja: aquí la vida será más gris, más uniforme, más difluida, menos vida que en las grandes ciudades; pero se la ama más, se la ama fervorosamente, se la ama con pasión intensa.

La Fontana lo ha resuelto y se hará: ya está preparado el retrato. Y por cierto que es una linda obra: está representado de uniforme, y con el libro de la Constitución en la mano. ¡Gran retrato! Como que lo hizo mi primo, el que pintó la muestra del café Vicentini. ¿Y el Gobierno prohibe la fiesta? : no le gustan esas cosas. Pero habrá procesión ó no somos españoles. El Gobierno la prohibe.

Algunas veces conseguían hacer fuego; pero las balas se limitaban á agujerear su casco ó ciertas superfluidades del uniforme, sin tocar nunca su carne. Y él salía de estas pruebas sonriente y tranquilo, como de cosas ordinarias y bien sabidas de antemano. En cambio, la certeza de ser invulnerable le proporcionaba un gran empuje para la acción.

Palabra del Dia

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