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Actualizado: 7 de julio de 2025
Mi primer viaje por ferrocarril: ¡lo que hube de gozar!... En León doblábamos el rumbo y cambiábamos a un tren directo hasta Pilares, que partía de allí mismo. Era en las postrimerías del mes de abril, después de unos días tormentosos, y se decía si en el puerto que hay entre León y Pilares estaba interceptada la vía, hacia la estación de Busdongo, a causa de la nieve.
Estaban seguros de llegar allá antes que Elena. Consultaron con ésta el caso, y teniendo en cuenta lo próximo que se hallaba su matrimonio, la joven señora no tuvo inconveniente en darles permiso para hacerlo. Llegó el tren. Un minuto de parada.
Estos pensamientos le dieron fuerzas para llevarse el dinero y abandonar la casa; pero en el tren aún duraba su inquietud, y el personaje, el diputado experimentaba un miedo instintivo al ver en las estaciones los tricornios de la guardia civil. Palidecía pensando en el despertar de su madre si casualmente se daba cuenta del despojo.
Estaciones a cada paso, que adivinamos por el ruido al cruzar como el rayo su frente, sin distinguir más que una masa informe. El tren ondea y a favor de la curva, vemos a lo lejos una mole inmensa, coronada de humo opaco.
Al fin, Juan llega; el tren para, y poco después, el coche de los Canzelles se detiene en el vestíbulo de la villa; un criado, de pie, cerca de la puerta, toma la maleta de Juan, en tanto que éste, ansioso, le interroga: ¿Cómo está el señor Aubry, Francisco? El señor Aubry está muy bien, el aire del campo lo restablece, tiene ya muy buen semblante. ¿El señor Juan quiere subir a su cuarto?
Era necesario un agente discreto, seguro, desconocido por ser nuevo, y de quien nadie pudiese sospechar: don Tadeo designó a Tirso, y éste tomó el tren para la corte. Por eso no escribió ni dijo nunca a sus padres cuál era el objeto de su viaje.
El ruido del hierro y de la madera y la trepidación uniforme eran como canción que atraía el sueño. Quintanar, sin pensar en ello, medía el ritmo de las ruedas pesadas y crujientes con el compás de una marcha que cantaba su tordo, aquel tordo orgullo de la casa.... Después midió el paso del tren con los de cierta polka... y después se quedó dormido.
Para servir más eficazmente á los enamorados, y con aprobación de la Reina, se presenta Ramón á Roberto con un soberbio carruaje y un tren de seis caballos, supuesto regalo del almirante de Castilla, y entra de cochero á su servicio.
Todas las familias se trasladaron al tren, que resultaba pequeño para conducir á tanta gente, y yo me dediqué á recorrer las distintas calles del destruído caserío. Algunos hombres á quienes encontré, se prestaron á facilitarme detalles del doloroso acontecimiento; y allá van los que he podido recoger.
Asimismo era interior el despacho de D. Baldomero. Estaban abonados los de Santa Cruz a un landó. Se les veía en los paseos; pero su tren era de los que no llaman la atención.
Palabra del Dia
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