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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Mientras tanto, Villamelón preparaba con grande afán las fotografías de donde habían de sacarse los grabados para la Revista Ilustrada; todo lo demás habíalo echado en el cajón de las cuestiones bizantinas. Fin del libro primero Libro II El tren expreso de Marsella a París traía cuatro horas de retraso, por haberse roto un puente la noche antes entre Gallician y Saint-Gilles.
Por la noche, antes de volverse a París en el último tren, esos señores quisieron acompañarnos, a mi padre y a mi, a la «Villa Sol». Mi padre, un poco molestado de la gota, iba apoyado en el brazo de don Máximo.
Bueno, déjalo dijo Melchor, en tono de broma, cada loco con su tema... y ya no faltan más que cinco minutos... ¿cargaron todo? Todo, sí, señor contestó Rufino. Ché, ¿y las boletas? Aquí están, niño. ¡Bueno, andando! dijo Melchor. El grupo se dirigió al sitio que tenían tomado en el tren y que Rufino había arreglado y elegido convenientemente al lado del coche-restaurant.
Nadie debía dudar de su fortuna: era de los hombres que dicen siempre la última palabra. Al amanecer abandonó el vagón. «Buena suerte.» Y estrechó las manos de aquellos jóvenes animosos, que iban á morir tal vez en breve plazo. El tren pudo seguir su camino inmediatamente al encontrar por casualidad la vía libre, y don Marcelo se vió solo en una estación.
«Pero el tren huía de Vetusta, silbaba, le silbaba a él; y él no tenía el valor de arrojarse a tierra, de volver al pueblo... iba a tardar más de doce horas en ver el caserón, ¡aplazaba su venganza más de doce horas!...». Pasaron un túnel y no quedó ya nada de Vetusta ni de su paisaje.
Llegan las cinco y media, subimos á un coche que nos conduce á una estacion de ferro-carril; nos acomodamos en nuestros puestos, y el tren arranca. Pasan algunas horas, y á los rayos de una luna llena, distinguimos los árboles corpulentos de Orleans, luego las llanuras de Burdeos, despues las torres de Angulema, de Bayona y de Irun. Irun está delante de nosotros.
El viajero, entretanto, sintiéndose á discrecion de aquellos salvajes y de diez mulas furiosas, se agita en un drama cómico de las mas vivas emociones, acabando por resignarse á todo. Imagínese lo que habrá de sentir el que, saliendo de un magnífico tren de ferrocarril, se entrega por primera vez á esa pesadilla sin sueño que se llama un viaje en diligencia.
En el espacio de pocos meses había perdido a su padre y a su marido, se había quedado sola en el mundo. También el señor Conde murió de una manera espantosa, aplastado por un tren. ¿Pero después la trató mal el Príncipe? Sí; ofendió sus creencias; la abandonó; pero eso no es una razón para sospechar tan horrible cosa. ¿Se acuerda usted cuándo, cómo y por qué comenzaron los malos tratos?
La carcajada fue general, pues la flema del señor Kisseler en tal aventura resultó irremisiblemente cómica. Fueron necesarias las instancias de sus amigos, que temían perder el tren, para decidirlo a levantarse del polvo donde estaba sentado y que le cubría la ropa. No fue floja tarea la de sacudírsela para ponerlo presentable. Máximo a su Hermano. 14 de septiembre.
Un silencio profundo reinaba en la finca y, para colmo de tristeza, una lluvia torrencial, que había empezado en Clères, al salir del tren, borraba el horizonte en una bruma gris.
Palabra del Dia
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