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No todavía... ni quiero pensar lo que haré... iré a cavar la tierra, ¿no es mejor? ¡Ah! ¡la Bolsa, la Bolsa! no la pizarra, las columnas hubiera querido yo arrancar, como Sansón, para hacer desplomar el templo maldito... Misia Casilda, que había entrado sin ruido, parada junto a la mampara, tosió para llamar la atención: el inglés saltó del banco y vino a ella. Señora...

Empezó a resollar; una o dos veces tosió ligeramente, pero no disminuyeron su fuerza ni la velocidad de su carrera. A las tres había pasado la Red-Mountain y comenzaba el descenso hacia el llano. Diez minutos más tarde, el cochero de la rápida diligencia Pionner fue alcanzado y dejado atrás por un «hombre sobre un caballo pinto», según expresión del conductor.

Cristeta fue la primera que, al volver del teatro, como viese el hilillo de luz que penetraba por el agujerito de la cerradura, despidió a la doncella lo más presto que pudo, y apenas la oyó subirse al piso en que dormía, tosió para que don Juan supiese que era esperado, y descorrió el cerrojillo.

Buenas noches, D. Lino dijo Paco. ¿Dónde ha dejado usted á Homobono? D. Lino tosió dos ó tres veces, se sentó con mucha calma y se dignó responder al cabo de algunos instantes: Homobono, entregado al estudio con harto más ahinco de lo que aconseja la higiene y la prudencia, no vendrá hasta dentro de un rato. Tiene usted un hijo de mucho provecho, don Lino.

D. Bernardo tosió dos o tres veces, lo cual indicaba siempre que iba a decir algo, y era la señal preventiva para que todo el mundo se callase. En efecto, guardaron silencio.

Después tosió tres veces consecutivas y se puso á examinar con profundísima atención y frunciendo ferozmente las cejas el puño del junquillo. No bien hubo terminado esta tarea, pasó á azotarse con él los pantalones, de la misma traza que lo hiciera al comienzo de su visita. Todavía se alzaron á los golpes algunas nubecillas de polvo, aunque más leves y trasparentes.

Vicente había pasado algunos años en Inglaterra, estudiando no se sabía qué, probablemente los usos y costumbres de la Gran Bretaña, hacia los cuales se sintió desde un principio tan inclinado, que toda su vida vistió, comió, durmió, y hasta tosió a la inglesa.

Después de largo silencio, durante el cual el jurisperito recogió sus ideas, y tosió y se sonó con el inmenso pañuelo de hierbas, habló en tono muy enfático: Ciudadano Juez.... ¡Dos puntos! Castro Pérez alardeaba de ser un «dictador» de primera fuerza, como César, Isabel de Inglaterra, Napoleón y el Arzobispo Munguía.

Sin esa condición no podemos dispensarle a usted de prestarlo. Responda. Siempre inmóvil, impasible, la testigo respondió algo, pero con voz tan débil que no pudo oírse claramente. No se oye nada. Más alto; tenga la bondad. La testigo tosió, y luego dijo en alta voz: Soy una prostituta.

Desdobló, pues, el luengo papel, tosió limpiando el gaznate, se atusó los largos bigotes, y con voz cavernosa y retumbante dio principio a la lectura de una sarta de endecasílabos cojos, mancos y lisiados, tan rematadamente malos como obra que eran del mismo personaje que los leía.