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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Como se atreviera a tocarla siquiera en un pelo, ¡rayo de Dios! le retorcía el pescuezo como a una gallina, la desollaba viva a correazos con el freno de su caballo. El rostro de aquel señor era tan espantoso al proferir tales amenazas, que la niña no dudó un instante de su cumplimiento.
No sabía si era aquello un traje de Mefistófeles de ópera o el de cazador elegante, pero estaba el enemigo muy hermoso, muy hermoso.... «Y estaba allí cerca, detrás de aquella reja, ¡si daba tres pasos podía tocarla a ella!». El órgano se despedía de los fieles con las mayores locuras del repertorio; un aire que Ana había oído por primera vez al lado de Mesía, en la romería de San Blas, aquel mismo año.... Cerró los ojos, que se le habían llenado de lágrimas.... «¡Por dónde la tomaba ahora la tentación!
Llegaba ella a tocarla con la mano, y la naranja se le deslizaba otra vez y continuaba su camino. Embelesada estaba la lavanderilla en tan inaudita persecución, cuando notó al fin que se hallaba en un bosque intrincado, y que la noche se le venía encima, oscura como boca de lobo. Entonces tuvo miedo, y rompió en desconsoladísimo llanto.
Si he de ser franco, diré que experimentaba cierta repugnancia en tocarla. La deliciosa criatura con su inocencia visible y el iris de sus suaves colores asemejábase á un copo de nieve tiritante, resbaladizo y que se escurre.
Todo cuando en la casa del avaro había, se convirtió en aquellos metales tan duros como su corazón. Atormentado por el hambre y la sed, salió al campo, y habiendo visto una fuente de agua cristalina, se arrojó con ansia a ella; pero al tocarla con los labios, el agua se cuajó y convirtió en plata.
Era alta, delgada, rubia, graciosa, pero no tanto como pensaba ella; sus ojos pequeñuelos que cerraba entornándolos hasta hacerlos invisibles, tenían cierta malicia, pero no el encanto voluptuoso por lo picante, que ella suponía. Al tocarla la mano cuando no tenía guante, notaba el tacto el pringue de alguna golosina que Visita acababa de comer.
De análoga manera, en la oposición ó durante el plenilunio, la sombra de la Tierra que se encuentra necesariamente en el plano de la eclíptica, pasa por encima ó por debajo de la Luna sin tocarla, y no hay eclipse.
De vez en cuando estremecíase con violentos sobresaltos, lo mismo que si una mano invisible le cosquillease en la nuca. Cogida a la baranda, echaba el busto atrás, y luego se aproximaba a ella hasta tocarla con el pecho. Con esta gimnasia nerviosa acompañaba su charla y disimulaba un deseo de extender los brazos y desperezarse.
Dios nos libre, respondió la Syria; lo que nosotras buscamos solo las mugeres pueden tocarlo. Raro es eso, dixo Zadig: ¿me haréis el favor de decirme qué cosa es esa que solo las mugeres pueden tocarla? Un basilisco, respondió ella. ¡Un basilisco, señora! ¿y por qué motivo buscais un basilisco?
Todo se oscureció, cielo y tierra, y el sol y la luna cayeron, como ascuas de un cigarro... Ella y yo nos separamos: leguas y más leguas, días y días y más días se pusieron entre nosotros; yo alargaba los brazos ansiando tocarla con mis manos; pero mis manos no tocaban sino el vacío. Ella subió y yo me quedé donde estaba.
Palabra del Dia
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