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Muchísimo; es una de las óperas que más me gustan. Daría cualquier cosa por conocer un instrumento para poder tocarla toda. ¡Qué dulzura hay en ella! ¡Qué inspiración!

Esta yerba tiene también la virtud de quebrar el hierro, no más que con tocarla; y así cuando a los segadores o a los podadores se les rompe la herramienta en las manos sin poder atinar por qué, es porque tocaron al pito-real.

Con los mismos papeles que encerraban la auténtica y la cláusula testamentaria, cogió la reliquia de fray Alonso, y sin tocarla, con un gesto que lo mismo expresaba la repugnancia que el miedo, el asco que el respeto, arrojólo todo en una preciosa cestilla destinada a recibir papeles para la basura.

Madre dijo él acercándose hasta tocarla, cuando te hube confesado todo, ¿no te dirigiste a su conciencia? ¿No le predicaste que, si me amaba verdaderamente, debía renunciar a , porque hacía mi desgracia, y sabe Dios cuántas otras cosas? Madre ¿no has hecho eso?

D. Ramón, le dije un día desde la cama; parece que le gusta a V. Los Puritanos. Muchísimo; es una de las óperas que más me gustan. Daría cualquier cosa por conocer un instrumento para poder tocarla toda. ¡Qué dulzura hay en ella! ¡Qué inspiración!

Guzmán se quedó extático delante de la hermosa criatura: devorábala con los ojos como si no se atreviera a tocarla. Al fin, la tomó en sus brazos; separó después los dorados rizos que caían sobre su frente, y estampó en ella un beso en que debió tomar el corazón mayor parte que los labios, por lo que fue de sonoro, de apretado... y de repetido.

Ben Zayb se horrorizó y despues de tocarla con su baston, y mirar hácia la direccion de las puertas, continuó su camino, pensando componer sobre el hecho un cuentecito sentimental.

Pero su alma cantaba los versos de Musset: Yo amo sin esperanza mas no sin felicidad la veo y es ya bastante. Y esa felicidad fugitiva y efímera, de la que no se llevaría más que el recuerdo embalsamado, a sus lejanas guarniciones, ¿debía sacrificarla a un vano escrúpulo?... ¿Qué mal hacía gozando de aquella querida presencia como se respira una flor, sin cogerla ni tocarla?

Celedonio que en alguna ocasión, aprovechando un descuido, había mirado por el anteojo del Provisor, sabía que era de poderosa atracción; desde los segundos corredores, mucho más altos que el campanario, había él visto perfectamente a la Regenta, una guapísima señora, pasearse, leyendo un libro, por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; , señor, la había visto como si pudiera tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante lejos de la torre, pues tenía en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Rúa y la de San Pelayo. ¿Qué más?

»No es posible me grita una voz, es una locura; ¡ apenas te atrevías a alzar los ojos hacia ella como hacia una divinidad, y ella es quien ahora se arroja al cuello de un hombre que no la merece! »Tenía miedo de tocarla; sin embargo, fue necesario que la levantara, y cuando la tuve en mis brazos, se puso a sollozar amargamente, como si hubiera querido llorar hasta morir.