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Actualizado: 18 de mayo de 2025
La noche estaba obscura, los centinelas del castillo narcotizados con un filtro, la escala colgada ya de la ventana y los raudos corceles piafaban no muy lejos... «¿Qué aguardas, dueño mío, qué aguardas...?» María oía tocar suavemente a los cristales, y más de una vez se había levantado del lecho con los pies desnudos a cerciorarse de que no era su guerrero, sino el viento, quien la llamaba suspirando.
Solo cuando sobrevenian huéspedes de mucho respeto y calidad, le era permitido comer con ellos fuera del refectorio; pero las pequeñas distinciones de esta especie estaban mas que compensadas en beneficio de la humildad cristiana, porque ese mismo abad que gobernaba la comunidad y podia castigar á los monges rebeldes é viciosos, y ante el cual se prosternaba el castigado hasta tocar con su frente el suelo, cubriéndose con la cogulla en señal de confusion, ese superior respetado y temido lavaba y besaba imitando á Jesucristo los piés á sus subordinados en el dia solemne que consagra la Iglesia á esta conmemoracion conmovedora.
En mitad de la cena se quejó Cador de un vehemente dolor en el bazo, y la dama inquieta y asustada mandó le traxeran todas las esencias con que se sahumaba, para probar si alguna era un remedio contra los dolores de bazo; sintiendo mucho que se hubiera ido ya de Babilonia el sapientísimo Hermes, y dignándose hasta de tocar el lado donde sentia Cador tan fuertes dolores. ¿Suele daros este dolor tan cruel? le dixo compasiva.
Tenía aquella manía: la de hacerse pesado, por broma, cuando se ponía a tocar.
Doña Martina soltó una carcajada estrepitosa, burda, que hizo arquear levemente las cejas a D. Bernardo. No lo estará V. nunca, si Dios no pone en ello la mano, ¡que ojalá la ponga pronto! Esa felicidad, primero le ha de tocar a don Facundo que a mí murmuró con voz cavernosa. Hojeda levantó la cabeza turbado.
María se ruborizó á estas palabras de su hermano, pero no apartó los ojos de Tragomer y dibujó en sus labios una sonrisa. Volvió en seguida á Jacobo á quién no se cansaba de ver, de tocar y de besar. Marenval, apoyado en la pared de la cámara presenciaba esta escena conmovedora sin tratar de contener su enternecimiento.
Sentáronse los dos en el paseo, junto a las ventanas del salón. Había empezado en éste la improvisada fiesta. El piano sonaba incesantemente. Al principio del viaje nadie sabía tocar: el miedo al ridículo, la falta de trato, hacían fingir a todos una absoluta ignorancia musical.
Cada palabra que sus discípulos pronunciaban mal y no decían bien una sola le hacía dar bufidos y levantar las manos con indignación hasta tocar el ahumado techo de su vivienda. Estaba orgulloso de la urbanidad con que trataba á sus discípulos.
Y en verdad que parecía sacrilegio tocar en aquel cuerpo, prodigio de hermosura y elegancia. María no poseía aún, ni era de presumir que poseyera nunca, atento su temperamento, la plenitud de la forma femenina. Era un poco delgada para que pudiera servir de modelo a un escultor.
Así es, que estando a la puerta misma de su aposento, a la izquierda volviose, y palpando la pared, adelantó hasta tocar una mampara de seda, y tan rica, que ella le demostró que no al aposento de la doncella debía dar entrada una tal manpara, sino al de doña Guiomar.
Palabra del Dia
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