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Yo mismo me sentí transportado, y cuando mi nublado espíritu se aclaró un poco, me vi en una lancha, recostado sobre las rodillas de mi amo, el cual tenía mi cabeza entre sus manos con paternal cariño. Marcial empuñaba la caña del timón; la lancha estaba llena de gente.

Poco después se ve ya á la barca en alta mar; el Orgullo lleva el timón, y los siete pecados capitales manejan los remos; el Alma, sentada sobre cubierta á una mesa brillante, á la cual cerca un coro de cantores, se solaza con caballeros y frívolas damas.

De repente se oye un crujido... ¿Qué es eso? ¿Qué pasa?... El timón se ha ido dice un marinero calado de agua, el cual cruza corriendo el entrepuente. ¡Buen viaje! grita ese loco de sargento; pero esto ya no hace excitar la risa. Gran barullo sobre el puente. La bruma impide verse. Los marineros van de un lado para el otro horrorizados, a tientas... ¡Ya no hay timón!

No puede usted formarse idea, señor, de lo traidoras que son esas brumas. Eso nada importa; nadie me quita de la cabeza que la Ligera debió perder el timón de madrugada; porque, por muy densa que fuera la bruma, sin una avería, el capitán no hubiese venido a estrellarse aquí. Era un experto marino, a quien todos conocíamos.

Soldada o sin soldar, señora pierna, usted tendrá que ponerse en polvorosa para Madrid la semana que viene». Salvador no se apartaba de su amigo ni de noche ni de día. Unas veces hablaban de política, empezando D. Benigno de este modo: «¿Cree usted que ese pobre Sr. Zea tendrá buena mano para el timón de la nave del Estado?».

4 Mirad también las naves, siendo tan grandes, y siendo llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por dondequiera que quisiere la gana del que gobierna. 5 Así también, la lengua es un miembro pequeñito, y se gloría de grandes cosas. He aquí, un pequeño fuego ¡cuán grande bosque enciende! 6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad.

Leonora, apoyando en la balaustrada su pecho soberbio, inclinaba la cabeza, brillando a la luz de la antorcha el casco de oro de su opulenta cabellera. Buscaba conocer en la penumbra a aquel otro tripulante que permanecía sentado y encogido junto al timón. ¡Pero qué buen amigo es este Cupido!... Gracias, muchas gracias.

¡Ese timón! gritaba Cupido, que no separaba sus ojos de las aguas. ¡Atención Rafaelito! Evita los choques. Y en verdad que el bote era bueno, pues otro, sin sus sólidas maderas y su costillaje de acero, se hubiera abierto en uno de los encontronazos con los sumergidos obstáculos. Daban rápidamente la vuelta a la ciudad. Ya no se veían casas con ventanas iluminadas.

Cupido protestaba. No; para aquella empresa cuanto menos gente mejor; la barca había de estar ligera: él se bastaba para los remos y don Rafael para el timón. ¡Solteu! ¡solteu! ordenó el hijo de doña Bernarda. Y soltando la cuerda los mocetones, la barca, después de algunos cabeceos, partió como una flecha, arrastrada por la corriente.

La lancha no tenía timón. Para momentos peligrosos, es más conveniente un remo largo, bien sujeto a popa, haciendo de espadilla. Todas las mujeres y chicos nos contemplaban con ansia. Era un momento aquel por el cual yo tenía la certidumbre de que había de pasar alguna vez en mi vida.