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Actualizado: 28 de junio de 2025
Teletusa que tenía a Morsamor de la mano, le dijo entonces con voz dulce y sumisa: Quedaos aquí, señor Morsamor, que pronto vendrá quien os alegre y se alegre de veros. Y dicho esto, sin que hubiese vagar para contestación o pregunta, desaparecieron Teletusa y Tiburcio con ella, dejando a Morsamor solo.
Pasmados los de la otra fusta y aterrorizados del imprevisto ataque, no acertaron a huir ni a poner resistencia. La nave se acercó a la fusta y la gente de Morsamor la entró al abordaje, pasando a cuchillo a cuantos había en ella. Tiburcio tomó entonces el mando de la fusta apresada.
Un reniego, apenas articulado, brotó de sus labios. Morsamor, no obstante, se repuso y disimuló su enojo, pero Tiburcio no dejó de notarlo y le dijo en voz baja: No pierdas paciencia, y ya verás cómo pronto te es propicia la fortuna.
Lee esta carta que me dejó escrita Teletusa antes de partir. Morsamor tomó la carta y leyó lo que sigue: «Mi adorado Tiburcio: La fatalidad lo quiere y lo dispone y es menester someterse a ella. En las entretelas de mi corazón llevo yo pintada tu imagen con preciosos y vivos colores que nunca han de desteñirse.
Atravesado el corazón, Cardoso cayó con estruendo en el suelo sin poder decir ¡Dios me valga! Al ruido abrieron la puerta y entraron en la cámara varios parciales de Cardoso. Allí hubieran vengado su muerte con la de Morsamor, si no hubiera acudido Tiburcio en su socorro con no pocos que permanecían fieles.
De los tres adeptos que el Padre Ambrosio tenía, el más adelantado era el hermano Tiburcio, humilde lego, aunque señaladísimo y estimadísimo en el convento por su ferviente piedad religiosa.
Sintió pasos detrás de él, volvió la cara, vio a Tiburcio que le seguía dispuesto a ayudarle, y con mirada expresiva se lo agradeció sin pronunciar palabra. No era menester que la pronunciase; Tiburcio lo había adivinado todo y se puso delante de Morsamor, como para servirle de guía. Así llegaron a la cámara, donde yacía muerto Abdul ben Hixen. El humo era sofocante.
Pronto llegó al puerto de Goa la nave de Morsamor: este y Tiburcio, muy orondos y satisfechos de la gloria militar que habían adquirido; el piloto Fréitas no menos pagado del aumento de su crédito como hábil navegante, y contento el señor Vandenpeereboom de las compras y ventas que iba haciendo y que pensaba hacer, aprovechándose de los triunfos y sin perder las buenas ocasiones.
Morsamor se sentía también más a gusto que en tierra, lleno de esperanzas y forjando en su mente los más audaces y ambiciosos planes. En cuanto a Tiburcio eran de maravillar sus conocimientos náuticos, su alegre humor y su útil actividad a bordo. Por la traza seguía pareciendo mancebo de menos de veinte años, mas por las acciones podría suponérsele viejo y experimentado navegante.
El hermano Tiburcio, si bien es un mozuelo barbilampiño, sabe más que el diablo y te valdrá de mucho. Por otra parte, yo he observado que tú eres sobrado serio y esta seriedad continua a la larga a ti mismo te aburriría. Importa, pues, que la temple y modere un sujeto algo cómico y jocoso, como lo será el mencionado hermano.
Palabra del Dia
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