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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor su pensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor que Tiburcio atribula las artes y las ciencias de los mahatmas a la intervención del diablo. ¿Crees tú le decía Morsamor que el diablo interviene en esto? Tiburcio no contestaba sí, ni no. Se reía y se callaba.
Extraordinaria fue la sorpresa de Morsamor cuando vio en medio de esta tropa, que parecía fantástica legión de demonios, a su doncel sutil Tiburcio, que venía como guiándola y capitaneándola, más gallardo y gentil que nunca. Fugados o muertos los indios, Tiburcio llegó donde estaba Morsamor y le estrechó en sus brazos.
En la pequeña cámara de Morsamor, que estaba sobre cubierta, no parecía posible que hubiese capacidad bastante para que en ella se ocultasen muchos hombres armados. En ella, no obstante, estaban hacinados y apretados Tiburcio y su tropa. De súbito abrieron la puerta de la cámara y salieron con inaudita rapidez.
Poco tiempo después de esta confidencia de Morsamor, Tiburcio, que al principio se había callado, hubo de hacerle el siguiente razonamiento: He meditado sobre lo que te trae caviloso y que días pasados me confiaste. He hecho más: he gustado de tu propósito y he empezado a abrir el camino para que se logre. Para nosotros siempre será aquí el peligro mayor que la gloria.
Tiburcio y su gente no pudieron, pues, acudir en auxilio de Morsamor, empeñado en no menos ardua empresa, que las circunstancias hicieron harto más difícil.
Sin enojo oyó Morsamor las amonestaciones de Tiburcio, pero no atendió a sus consejos y siguió pretendiendo y rindiendo culto a doña Sol de Quiñones. En las justas figuró con brillantez y lució la empresa que él mismo nos ha descrito. Hubo en palacio otra magnífica fiesta.
Tiburcio no pudo menos de hallar la empresa sutil e ingeniosa; pero como era muy franco y decía su parecer sin rodeos y aconsejaba con toda libertad, habló a Morsamor de esta suerte: De perlas encuentro yo todo eso.
Tiburcio era un hurón para descubrir y acosar su presa, por muy borrado que el rastro quedase en la pista y por muy oculta que fuese la madriguera.
Menester era de toda la prudencia y tino de Morsamor, para evitar riñas entre dichos envidiosos y los del bando que sin pretenderlo él querían seguirle y cuyo aparente adalid era Tiburcio.
Tiburcio era quien permanecía más entero y confiado en medio de todo.
Palabra del Dia
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