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Actualizado: 28 de junio de 2025


A eso voy contestó Tiburcio . Lo dicho hasta aquí es mero preámbulo antes de entrar en materia. Me han hecho proposiciones para ti y vengo a comunicártelas.

Ni Tiburcio, ni Morsamor, ni el más rudo de los allí presentes dejó de entender lo que el viejo decía, como si a cada uno en su patria lengua le hablase. El viejo les dijo: Os hago saber que yo soy ayuda de cámara, secretario o fámulo del muy egregio señor Sankarachária. Gracias a él, y comunicados por él, poseo varios importantes dones.

Sólo Tiburcio se mostraba impasible y alegre, procurando con sus chistes ahuyentar del ánimo de Morsamor los malos espíritus que le atormentaban, a pesar de su esperanza de salir triunfante de aquel empeño. Muy raras cavilaciones solían asaltar la mente de Morsamor, y no eran las menos raras las que tenía al pensar en Tiburcio. Nunca se atrevía a comunicárselo.

duced by Chuck Greif Morsamor: peregrinaciones heroicas y lances de amor y fortuna de Miguel de Zuheros y Tiburcio de Simahonda Por Juan Valera Librería de Fernando Madrid Al Excmo. Sr. Conde de Casa Valencia

Cada día me convenzo más interrumpió Morsamor del fundamento y de la justicia, con que te llamo doncel sutil. Tales son en este momento tus sutilezas, que no las entiendo. Pues préstame atención y óyeme replicó Tiburcio y ya verás, cuán bien me entiendes y cuán claro me explico.

Tiburcio quiso contradecir a Morsamor en este punto, suponiendo que le había amado también donna Olimpia, y hasta que doña Sol había estado a punto de amarle y tal vez le hubiera amado a insistir él con firmeza en sus pretensiones. Morsamor no aceptó la lisonja. Harto probaban que lo era el frío desdén con que le despidió doña Sol y la traidora fuga de la italiana.

Tiburcio la satisfizo diciéndole: Esos dos galanes, que van como cautivos al lado de las damas, son Pedro Carvallo y Ramón de Acevedo, valientes soldados de fortuna ambos, que han vuelto de la India con más oro que pesan.

Algo de siniestramente sobrehumano parecía traslucirse entonces en el gracioso rostro de Tiburcio, casi sin bozo, como de gentil adolescente. Acalorada la imaginación de Morsamor, creyó ver que la espada que Tiburcio llevaba en la diestra no era inerte acero, sino serpiente viva que se hundía en el pecho de los contrarios y mordía y destrozaba los corazones.

Sin duda no era falsa la visión, porque Tiburcio y los marinos afirmaban que la habían visto, aunque pronto se había perdido en la sombra. El piloto Lorenzo Fréitas afirmaba más aún porque su vista era perspicaz como la del águila.

Poco más tarde, en la gran sala de la quinta, aparecieron Morsamor y Tiburcio, donna Olimpia y Teletusa y los dos formidables escuderos. Todos se movían y se afanaban como en el momento que precede a un largo viaje. Donna Olimpia y Teletusa estaban hartas de Portugal y habían resuelto acompañar a Morsamor y a Tiburcio al extremo Oriente.

Palabra del Dia

rigoleto

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