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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Esa es dijo Tiburcio la señora doña Sol de Quiñones, íntima amiga y favorita de la Reina, y nieta de aquel famoso y enamorado D. Suero que sostuvo el Paso honroso en el puente de Órbigo. Ya ves que es muy bella. Su beldad, no obstante, queda eclipsada por su discreción, por su talento, por sus virtudes y por la ingenua candidez de su carácter.
Las llamas habían subido ya por la pared y habían empezado a cebarse en la techumbre que crujía y amenazaba desprenderse a pedazos. Tiburcio pasó impávido por la cámara. En pos de él pasó Miguel de Zuheros.
Para tratar sobre este punto, Morsamor llamó a consejo una mañana al piloto Fréitas, al administrador Vandenpeereboom y hasta a Fray Juan de Santarén y al amigo Tiburcio, con cuyos pareceres quería asesorarse. Por noticias que en Sofala y en Melinda le habían llegado, Morsamor sabía que los negocios de Portugal en la India andaban harto revueltos.
Entre tanto, quede yo en tu memoria tan gentil y enamorada, como tú en la mía quedas, y ten por cierto que nunca dejará de amarte tu Teletusa». Leída esta carta, Tiburcio entregó a Morsamor otra que donna Olimpia había dejado escrita para él.
A la vista de la isla de Madera, tomando el fresco sobre cubierta y bajo un toldo, se desayunaron aquel día Miguel y Tiburcio, ambas damas, el misionero Fray Juan y el viejo piloto. No hemos de seguir nosotros punto por punto a los viajeros. Pasaremos de largo cuando nada les ocurra de singular y memorable.
A menudo arengaba Tiburcio a los marineros y a los soldados, pero los hechos eran más elocuentes y persuasivos que las palabras. Ora vientos contrarios y borrascas que combatían la nave, ora pesadas calmas que la detenían en su carrera, vinieron a dar pábulo a la irritación general. De temer era que la sublevación estallase de un momento a otro.
Para satisfacer la curiosidad natural de Morsamor y de Tiburcio, donna Olimpia, en presencia de Teletusa y del doncel, no tardó en contar a grandes rasgos sus aventuras. Y como donna Olimpia era tan latina y tan abastada de erudición clásica, empezó diciendo como el Eneas de Virgilio: ¡In fandum, Morsamor, jubes renovare dolorem!
Y por último, ocupado en mullir y arreglar los almohadones, donde había de reposar la cabeza la persona que en el féretro se encerrase, estaba el hermano Tiburcio, predilecto y aprovechado discípulo del Padre Ambrosio.
Ya fuese empleando un método ingenioso y secreto o caminando por ignorados atajos, ya fuese por preciosa capacidad nativa, ello es que Tiburcio a los dos o tres días de oír hablar cualquier idioma, se penetraba de su organismo, se enseñoreaba de sus formas y leyes gramaticales, atesoraba en su feliz memoria cuanto había de esencial y de radical en su léxico, y se soltaba a hablarle correcta y lindamente y con muy buena pronunciación, como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.
El piloto afirmaba que también había visto la nave, que en el tope de su palo mayor ondeaba la bandera de Castilla y que en su proa se figuraba haber leído este nombre simbólico: Victoria. Aquella noche caviló mucho Morsamor sobre la aparición, real o fantástica, de la nave Victoria, y habló del caso con Fréitas y Tiburcio.
Palabra del Dia
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