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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Cuando Juanita veía pasar por la antesala a doña Agustina, que iba muy pomposa a la tertulia, la sangre del valiente oficial de Caballería que circulaba en sus venas se alborotaba toda, y necesitaba ella del dominio que tenía sobre sí para contener sus ímpetus y no arañar a doña Agustina.
Al volver Maltrana a casa, antes de cerrar la noche, caía algunas veces en medio de esta tertulia. La vieja, al verle, le saludaba con grandes aspavientos, como si fuese ella la dueña de la casa.
Creyendo la señora de Pinto cumplir con un deber y deseosa además de presentar al Vizconde a los más notables personajes de su tertulia, se apoyo en su brazo y recorrió con él los salones. La concurrencia era verdaderamente cosmopolita, y, al parecer, de lo más selecto y encopetado.
Las damas que debían tomar parte en la representación, entre ellas las dos hijas de la casa, Recareda y Valeria, salieron para concluir de arreglarse; su nieta Medarda, que según se decía en la tertulia era un portento y estaba destinada a eclipsar a todas las actrices españolas, lo mismo. Acudía cada vez más gente; no cabiendo en el gabinete, andaba distribuída por los pasillos y el comedor.
Cuando la llegada de D. José María el boticario y de Osuna dio la señal de disolverse la tertulia, aún rodaba este pensamiento por su cerebro en busca de forma. La noche seguía encapotada y triste. El cielo dejaba caer con pertinacia una lluvia menuda y fría.
En aquel tiempo frío, la cocina se convertía en tertulia, casi exclusivamente compuesta de mujeres.
Concha no quería que asistiese los lunes a la tertulia de la marquesa, y se ponía frenética si sabía que las había acompañado en el paseo. Un día le había amenazado con ir a casa de aquellas señoras y armarles un escándalo. Pero él no había hecho caso. ¿Cómo suponer que su locura había de llegar a tal punto? Sin embargo, llegó y aun pasó muchísimo más allá.
La reina envió por él para verlo y quiso que se le hiciese otro igual. No fue posible. Ninguna bordadora de Madrid osó comprometerse a ello. Las palabras de D.ª Fredes produjeron, como siempre, un efecto inmenso en la tertulia. Mario y Carlota estaban asombrados de todo aquello.
Hubo, lo mismo que á la entrada, apretones de manos, besos sonoros y mucho ruido. Todas las damas hablaban á un tiempo. Octavio aprovechó la confusión para mandar un beso á su novia con la punta de los dedos. Por fin el bullicioso grupo salió á la tienda, y de allí, después de haber tomado en su compañía la parte masculina de la tertulia, á la calle.
Ya leyendo, ya de tertulia ó de paseo con el P. Jacinto, ya de expediciones campestres y venatorias con el mismo padre y con el iluminado y ameno tío Gorico, el tiempo se deslizaba del modo más grato.
Palabra del Dia
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