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Actualizado: 17 de junio de 2025
Y es de notar que las madres, que han menester mayor grado de este amor y ternura, lo tienen llevado hasta los limites del frenesí, habiéndolas pertrechado el Criador contra el cansancio que pudieran producirles los primeros cuidados de la infancia.
Cedía como esos buenos resortes de acero que se doblan con gran esfuerzo, y que se enderezan con la prontitud del relámpago. Entonces abrió la esclusa de sus lágrimas; agotó el arsenal de su ternura y fue durante tres cuartos de hora la más desgraciada y la más enamorada de las mujeres. Cualquiera, al oírla, hubiera creído que ella era la víctima y Germana el verdugo.
Era esta carta tan elocuente y tan sentida que no me atrevo a recomponerla aquí, pues no teniéndola a mano tal como se escribió la falsearía yo y la echaría a perder, recomponiéndola y ofreciéndola a mis lectores. Baste, pues, que sepan que donna Olimpia se despedía de Morsamor con inmensa ternura, y tratando de justificar la separación por ineludible.
La ternura de Salomón por Echeloría se aseguraba que excedía a la de Jacob por Raquel y a la de Isaac por Rebeca.
Levantó sus hermosos ojos hacia los verdes ramajes que se movían más allá de los ventanales, como si buscase en el ancho espacio la imagen del marido soñado y continuó con la mirada fija en los lejanos horizontes: No deseo ni un buen mozo, ni un hombre de mundo... Yo desearía que fuese joven mi marido, pero que su juventud estuviese hecha de entusiasmo, de ardor, de ternura... Que no tuviese nada de frivolidad, ni de las elegancias superficiales de los jóvenes de hoy.
Aun así, quiso evitar su presencia, como si temiese algún descuido al hablar con él, y fingió trabajos en las bodegas. Luego salió del buque, yendo á visitar á un amigo en un vapor algo lejano. Esteban entró en la cocina, llamando alegremente al tío Caragòl. Tampoco éste era el mismo. Sus ojos húmedos y rojizos miraban al muchacho con una ternura extraordinaria.
Esta mujer tan altanera con todo el mundo, sentía un goce especial, semejante al de los místicos, en humillarse ante su madrastra. La voz de ésta removía como un conjuro mágico las débiles chispas de bondad y de ternura que ardían en su corazón y les prestaba por un instante el aspecto de incendio.
Aunque el dolor por la muerte de Doña Blanca se había ido mitigando en todos aquellos corazones, Clara la recordaba con ternura melancólica, y el Comendador con cariño y con penoso arrepentimiento á la vez. Sólo D. Valentín, que comía como un buitre, y que había engordado, y no hallaba quien le riñese ni quien le dominase, se creía en la obligación de llorar cuando menos ganas tenía.
Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, resuelto á no volver á Monte-Carlo. Sentía despecho al recordar la ternura con que Alicia había hablado de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. Pero en la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que parecía abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, todos estaban en el Casino.
¡Con unos ojos tan lindos! ¡Con su aire donoso de españolita!... Y a impulsos de su repentina ternura, ofrecióse a prestarle una rica mantilla antigua comprada en Madrid. Señoras de gesto malhumorado, que se lamentaban de la inmoralidad de sus compañeros de viaje, deteníanse curiosas ante las ventanas del fumadero.
Palabra del Dia
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