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Actualizado: 28 de junio de 2025
Salomón, el hijo de David, se había posado brevísimo tiempo en la inteligencia de este otro su homónimo. ¡Hombre más ignorante, soberbio y poseído de sí...! Llevaba el manteo terciado, la teja al bies, y tenía todo el empaque de un majo.
Se había terciado la capa, tomando un aire de majo galante, satisfecho de detener en la calle más céntrica, a la vista de todos, a una mujer que tal escándalo promovía. Marquesa, ya no, hijo contestó ella con gracioso ceceo. Ahora crío cerdos... y muchas gracias.
Su vida pasada, sus actos de barbarie, poco conocidos en Buenos Aires, son explicados entonces y justificados por la necesidad de vencer, por la de su propia conservación. Su conducta es mesurada, su aire noble e imponente, no obstante que lleva chaqueta, el poncho terciado, y la barba y el pelo enormemente abultados.
Terciado había en la conversación Cervantes, y puesto en cuidado a sus dos enamoradas, porque decir le oyeron que él sentía mucho que su compañía de infantería no era de las que habían de embarcarse para ir contra el Turco, sino que se embarcaría para Nápoles; y temían que, según encarecía su deseo de hallarse en aquella grande empresa, al fin no se pasase a una de las compañías que muy presto habían de embarcarse en las galeras que debían zarpar para Mesina.
Un pantalon estrecho, de paño azul con franjas amarillas, que llega hasta las rodillas y se ajusta bajo dos grandes botas charoladas; un chaleco de paño amarillo ó rojo, sobre el cual va una chupa de cola microscópica, forrada con anchas solapas y con puños de color rojo y enormes botones de metal reluciente; un sombrerito de charol ó fieltro, de copa larga, estrecha y puntiaguda y con adornos; un larguísimo foete, y un clarin terciado al costado, componen el vestido y los arreos del príncipe de la diligencia suiza.
Los dolores de sus huesos vinieron a revelárselo, y agarrándose a Fritz, trató de levantarse, murmurando: ¡Polaina!... Si parece que me han dado una paliza... Comenzó a andar, sin embargo, sin sentir grave molestia, con el sombrero en la mano, cubierto de polvo, arrastrando por detrás el waterproof, que llevaba terciado al hombro izquierdo.
Las andaluzas eran parlanchinas y vociferadoras; hablaban gesticulando y manoteando, esparciendo con su cháchara el aturdimiento en torno de ellas. Vestían falda de percal rameado con largos volantes, llevaban el mantón terciado, el moño aceitoso caído sobre la nuca, la frente con cuernecillos de pelo pegado, y en el cuello varias sartas de cuentas azules.
Su mirada es decidida Y negra su cabellera; Y una sonrisa atrevida Del labio está suspendida Revelando una alma fiera. Lleva un facon en la falda, Lleva un poncho balandran Terciado por media espalda, Y del campo la esmeralda Huella en un potro alazan. El otro es Pedro de Obando, Compañero de fatigas De Zamora, y peleando Anda con él desafiando Las partidas enemigas.
Hablaba como un niño inquieto, sin querer sentarse por más que el silenciario, en cada una de sus evoluciones por la sala, le ofrecía una silla. Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos.
Palabra del Dia
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