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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


Las fiestas de Navidad llegaron, tan tristes como nunca hasta entonces nuestro apacible interior había visto otras. En torno del flamante árbol de Navidad, que esta vez yo había adornado e iluminado en lugar de Marta, permanecíamos inmóviles sin saber qué decirnos, tan oprimido teníamos el corazón.

Es amigo del que va a ser tu marido; allí pelearon juntos con tan buena suerte, que, según afirma Diego, si no es por ellos... Gabriel es un gran militar dijo don Diego . ¿Pero no le conoces ? Es amigo de tu prima la condesa. Doña María frunció el ceño. En efecto dije yo tuve el honor de conocer en Madrid a la señora condesa. Ambos teníamos un mismo confesor.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil y, delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della, luego derretida la cera por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía.

Nuestros corazones, que palpitaban tristemente, rebosaban de pena y dolor, sin alientos para poder pronunciar las más simples palabras. Una barrera insuperable se había interpuesto entre nosotros; ambos estábamos abatidos y enfermos de pesar. El pasado, lleno de esperanzas, había terminado; teníamos por delante el porvenir sombrío, melancólico y desesperante.

Digo que es mi sangre, mi propia sangre, la sangre pura que corria en las venas de nuestros padres y en las nuestras, cuando en los primeros dias de nuestra juventud no teniamos sino un corazon, y nos amabamos como no hubieramos nunca debido amarnos.

Esto pareció casi imposible de realizar en las embarcaciones que a bordo teníamos; mas había esperanzas de que nos enviaran auxilio de tierra, pues era evidente que la tripulación de un buque recién naufragado vivaqueaba en ella, y no podía estar lejos alguna de las balandras de guerra cuya salida para tales casos debía haber dispuesto la autoridad naval de Cádiz... El Rayo hizo nuevos disparos, y esperamos socorros con la mayor impaciencia, porque, de no venir pronto, pereceríamos todos con el navío.

Viendo ya al cabo esta cisterna, en quien más confianza teníamos, se comenzó á hacer la mezcla de la salada. Á dos barriles de agua de la cisterna y uno de los alambiques, se echaba otro barril de salada. Esto hizo mucho daño á la gente, que con saber á la sal, no solamente no quitaba sed, pero daba más.

Anímese, amigo, mire que el negocio es soberbio; yo le respondo del éxito. El éxito, es cierto, se presentó muchas veces, franco, decidido; tan decidido, que los mismos que teníamos metidas las manos en la masa, estábamos asombrados, atónitos... ¡así ha sido el desengaño después!

Esta persistencia del orgullo de casta, aunque envuelto en blandas maneras, era el único ángulo rígido de su carácter, y por este lado llegaba en ocasiones a extremos de dureza e insensibilidad, inconscientemente, y, por lo tanto, sin remordimiento. Por lo que a nosotros toca, no teníamos por qué quejarnos, antes , mucho que agradecer. Vivía sola lo más del año.

Después nos significaron el deseo que tenían ellos también de hacerse cristianos y fundar una Reducción en que los nuestros los instruyesen en los misterios de la santa ley de Dios. Tenían canoas de bella hechura, y viendo la gana que teníamos, nos ofrecieron una bellísima, que nos trajeron al día siguiente.

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