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La libertad no ha muerto, Y en la sangrienta arena Donde se postrada Su aliento no rindió: De heridas traspasada, Y en rojo humor teñida, En sus convulsas manos Nuestro laurel salvó. Secad el triste lloro Que baña las mejillas Al sol de la esperanza Que miro ya lucir, Los pueblos no se salvan Con infecundo llanto, Sinó queriendo altivos Ser libres ó morir.

La negra cabellera quedaba teñida de azul profundo mientras el óvalo adorable de su rostro y el cuello firme y mórbido se coloreaban levemente por un azul celeste. La línea delicada y correcta de sus facciones adquiría perfección ideal, y todo su semblante se transfiguraba con una expresión angélica de beatitud.

¿Qué se hicieron los ínclitos varones que legaron sus nombres a la historia? ¿Dónde encontrar los regios panteones que guardan sus cenizas y memoria? ¿Dónde está, con harapos y girones, cual leve resto de su antigua gloria, la clámide a sus hombros suspendida, más en sangre que en púrpura teñida?

Entre los regalos que los padres trinitarios de la Redención de cautivos hicieron al Rey de Argel en 1591 figuraba «una manta fraçada de la marca maior teñida de polvo, con su franxa de oro y seda», que había costado 19.550 maravedís. Era corriente esta comparación imprecatoria. Véase algún ejemplo.

Tirso había cubierto los cristales de la ventana que daba al patio con pedacitos de papeles de colores chillones, casados con muy mal gusto y formando caprichosas figuras geométricas. La luz del sol, teñida y desvirtuada por el improvisado trasparente, daba al cuarto una entonación abigarrada. Aquello parecía la caricatura de una vidriera gótica.

Los lazos que nos unen a ella en la ventura, de religión, de sangre, de idéntica cultura, son vínculos eternos ¡no se rompen jamás! No morirá en mi tierra su lengua encantadora y tras la niebla plúmbea que oculta roja aurora teñida en sangre y lágrimas, en fiera tempestad, la patria independiente, ciñendo hermosa aureola, en español sonoro como bramido de ola entonará su himno a nuestra libertad.

Hay, sin embargo, dos puntos que podrían figurar con honor en cualquier ciudad europea: la plaza Bolívar, perfectamente enlosada, con la estatua del Libertador en el centro, llena de árboles corpulentos, limpia, bien tenida, delicioso sitio de recreo para pasar un par de horas oyendo la música de la retreta, y el Calvario.

Todo es aquí pedruscos y tierra sin vegetación, teñida por el óxido de hierro.... Sin duda estoy en las minas... pero ni alma viviente, ni chimeneas humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera un perro que ladre.... ¿Qué haré?, hay por aquí una vereda que vuelve a subir. ¿Seguirela? ¿Desandaré lo andado?... ¡Retroceder! ¡Qué absurdo!

Es un trabajo muy penoso el de la minería. estás teñida del color del mineral; estás raquítica y mal alimentada. Esta vida destruye las naturalezas más robustas. No, señor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo ni puedo servir para nada. Quita allá, tonta, eres una alhaja. Que no señor dijo Nela insistiendo con energía . Si no puedo trabajar.