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Dice Curopalates que estas tres dignidades no tienen particular ocupacion á que acudir, y que al César le llaman señor; palabra tenida por soberbia, y debida solo á Dios en los tiempos antiguos aún de los mismos Emperadores, pues leemos de Augusto, de Tiberio, y de algunos otros que jamás consintieron que les llamasen señores.

Creía él que la composición del indumento, la elección de los colores, las proporciones de un traje eran cosa muy digna de ser tenida en cuenta por un hombre de buen tono; pero, una vez adquirida aquella combinación, ya no pensaba más en ella, y habría sido hacerle gran injusticia, el suponer que de su atavío se preocupara más tiempo que el necesario para los ingeniosos cuidados que en él ponía.

Una idea digna de ser tenida en cuenta acababa de surgir en su pensamiento en el mismo instante que le distrajo la presencia de la fiera.

Por supuesto, el entendimiento se adapta a las creencias en que ha sido amamantado como el paladar a los alimentos, y toda religión es tenida por los que la profesan, y mayormente por los que de ella viven, como el mayor bien posible.

Confirmaron todos a una voz lo dicho por el octogenario Silverio, el cual hubo de añadir que por santa fue tenida la señora de antes, y por santísima tendrían a la presente, respetando su disfraz, y poniéndose todos de rodillas ante ella para adorarla. Contestó Benina con gracejo que tan santa era ella como su abuela, y que miraran lo que decían y volvieran de su grave error.

Un momento titubeó entre armarla, como él decía, o seguir tranquilamente su viaje. Su buen sentido triunfó, y lanzando, de paso, al viajero su flecha en un sarcasmo, picó su mula y siguió adelante. Al caer la noche llegó a Huiro, un pueblito miserable, y se detuvo en una posada muy pobre que había a la entrada, tenida por un lindo indio viejo.

Tratando de hacerse agradable a Margarita, parecía solicitar la venia para otros diálogos en que de antemano era la plática tenida por más dulce y amena, pues Josefina cada vez se le mostraba más propicia. Era la vez primera que Josefina escuchaba con gusto las frases galantes y las palabras cariñosas de un hombre.

De castillos y torres coronada, Por fuerte y por hermosa en igual grado Tenida, conocida y estimada. Mandóme el del aligero calzado, Que me aprestase y fuese luego á tierra A dar á los LUPERCIOS un recado. En que les diese cuenta de la guerra Temida, y que á venir les persuadiese Al duro y fiero asalto, al cierra, cierra,

Y la toalla ¡mira cómo la han dejado!... Y exhibió a los circunstantes con una mano la toalla donde estaban señalados como carbón los dedazos asquerosos de su primo y hermano, y con la otra la jofaina, conteniendo un licor negro y espeso, que al moverse la dejaba teñida. ¿Pero quién ha hecho eso? preguntó doña Martina. Enrique y Miguel.

Al levantar la tapa de un cofre y extraer de su interior una tela de seda teñida de azafrán y toda bordada de arabescos multicolores, un intenso perfume se difundió en el ambiente, como si acabara de abrirse alguna ventana hacia especioso vergel, todo maduro de aromas.