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Actualizado: 24 de julio de 2025


EVARISTA. ¿Pasamos a casa? PANTOJA. No: déjeme usted que respire a mis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor, el gentío... EVARISTA. Haré que le traigan a usted un refresco... Balbina! PANTOJA. Gracias. EVARISTA. Una taza de tila... PANTOJA. Tampoco. EVARISTA. No hay motivo, amigo mío, para tan grande aflicción.

Tan violento fue que el conde Enrique se llenó de miedo, llamó al aya e hizo que trajesen a Poldy una taza de tila. Cuando al fin se calmó Poldy, y cuando pasó su risa insana, empezó a suspirar y a sollozar, y derramó un mar de lágrimas. Todavía se notaba en ella un raro movimiento nervioso.

Y así la llevó hasta la habitación que ocupaba y la obligó a sentarse en una butaca. Elena estaba más muerta que viva: hizo algunos esfuerzos para hablar, pero la voz no salía de su garganta. Clara, que estaba en pie frente a ella, le dijo observándolo: No hables todavía. Voy a mandar que te hagan una taza de tila. Elena se apoderó de una de sus manos y la besó. Clara la retiró velozmente.

En su centro lucía una taza de mármol también, donde caía el agua clara de un copioso y alto surtidor.

Iba a aceptar, sin embargo, cuando un personaje venerable, vestido como caballero y luciendo en el cinto corva daga cubierta de pedrería, se levantó súbitamente del más obscuro rincón y, una vez junto a él, le dijo, deteniéndolo el brazo: Beba vuesamerced en esta taza, menos indigna de un hidalgo. Y ofreciole su obscura taza de acero, llena también, y ornada de hermosa ataujía de oro purpúreo.

Una noche, después de una cena en un baile, acompañé a una señora que no había tenido inactivo el tenedor, a su asiento, donde se acomodó con voluptuosidad, saboreando una exquisita taza de café. «¿Se encuentra usted bien, señora? Perfectamente; ¡para eso pelearon nuestros padres!». La república es bogotana pura.

No , chico, no contestó Martín pero hay gente que se considera como un cacharro viejo, que lo mismo puede servir de taza que de escupidera. Yo no, yo siento en , aquí dentro, algo duro y fuerte... no explicarme. A Bautista le extrañaba esta ambición obscura de Martín, porque él era claro y ordenado y sabía muy bien lo que quería.

Y, en fin, con qué gozo saboreé mi taza de imperial, de la primera cosecha de marzo, cosecha única que es celebrada como un rito santo por las manos puras de las vírgenes.

No, señores replicó el hombre de la ropilla encarnada, que acababa de apurar su segunda taza de chocolate, y que saboreaba en aquel momento el indispensable vaso de agua; no, señores; y si quieren conocer la causa de su elevación, yo la puedo decir, porque he sido testigo de ella. Es algún gran señor murmuraron en voz baja.

Petra, temblando de frío, con los brazos cruzados, unos blanquísimos brazos bien torneados, se retiró discretamente, pero se quedó en la sala contigua esperando órdenes. Ana se empeñó en que Quintanar casi siempre le llamaba así bebiese aquella poca tila que quedaba en la taza. ¡Pero si don Víctor no creía en los nervios! ¡Si estaba sereno! Muerto de sueño, pero tranquilo. «No importaba.

Palabra del Dia

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