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Por fin, Margarita, con ese tacto que sólo las mujeres tienen, resolvió las dificultades proponiendo que se diera un baile para celebrar lo de la senaduría, enviándose a Félix, como de costumbre, su correspondiente invitación; lo cual, después de lo ocurrido, venía a ser como una satisfacción, que sin desdoro del ofensor podía desagraviar al ofendido.

Pero lo que triunfó en toda la línea fue nuestra sociabilidad, debido, principalmente, al raro tacto de Magdalena en llevar la conversación, haciendo por todas las preguntas e imprimiendo en todo una naturalidad que rechazaba cualquier idea de disimulo, por parte nuestra, de manera que hablamos de nosotros mismos, de nuestras esperanzas, del viaje, del tiempo, y unos de otros; de todo, menos del bueno del paralítico y de nuestra amable patrona.

De la propia suerte puedo prescindir del sabor, y aun del color, y de cuanto tiene relacion con la vista; pues aun en este caso me resulta un objeto tangible, y por lo mismo, extenso, figurado, y con las demás propiedades que afectan el tacto.

Dejándome llevar de la impetuosa pena que pugnaba por desbordarse en mi afligido pecho, y olvidando toda la consideración, todo tacto, toda prudencia, con el acento de la verdad y de un dolor inmenso, dije lo siguiente, sin reflexión ni cálculo alguno: Señora, Inés y yo éramos novios... Yo la quiero, yo la adoro...; ella también...

Porque, no lo olvide, señor Fabrice, y ahora más que nunca habla a usted su leal amiga, no olvide que en nuestras largas sucesiones y selecciones de familia, no es únicamente la sangre la que se refina, como le decía hace un momento... es también la educación, el gusto, el tacto social... todos los sentidos, en fin, todas las facultades... De ahí esa superior distinción que le encanta en la señorita de Sardonne y que será para usted, por cierto, un grande encanto y un grande peligro... porque una complexión tan perfecta y tan exquisita, por decirlo así, se siente herida por una nada, se rebela por sólo un detalle... Créame, señor Fabrice, preste suma atención a estas nimiedades... Hay matices que parecen insignificantes, matices en los cuales usted ni siquiera se fija y que pueden parecer verdaderas monstruosidades a la señorita de Sardonne... Vaya un ejemplo... una bagatela... Usted me llama, a todo propósito, cuando me habla, señora baronesa... pues bien, esté seguro que esto crispa, los nervios de su futura esposa... porque es completamente incorrecto emplear esas dos denominaciones... o señora simplemente, o baronesa a secas... señora baronesa queda reservado o para el teatro o para la cocina... Y como ésta, mi buen señor, hay una infinidad de pequeñeces que pueden ser verdaderos escollos en su hogar de ustedes y acerca de los cuales le pondría en guardia si no temiera fatigarle.

Son de la primera clase las representativas propiamente dichas, esto es, las que afectan al sujeto sensitivo, presentándole una forma, imágen real ó aparente, de un objeto. Tales son las de la vista y del tacto, que no pueden existir ni aun concebirse, sin dicha representacion.

Recibiólos la noble dama con bondadosa sonrisa y á los pocos minutos de conversación se había conquistado ya todo el respeto y toda la admiración de Morel y sus escuderos. Con el aire de una reina y las maneras de la más aristocrática dama, poseía un tacto incomparable, un encanto que á todos seducía.

¡Y cómo admiraba yo la sagacidad, la viveza, el fino tacto y la discreción del viejo sargento! Cada una de sus pesquisas, a que él llamaba modestamente "trabajos", era una filigrana y daban tentaciones de creer que tuviera pacto con el diablo, a cualquiera que, estando en el secreto del asunto, siguiera con atención sus procedimientos de investigación.

Al verse Febrer en una pieza de Can Mallorquí, tendido en una cama alta tal vez la cama de Margalida , fue dándose cuenta de lo ocurrido poco antes. Había llegado por su pie a la alquería, apoyado en Pep y su hijo, sintiendo a sus espaldas unas manos de simpático tacto que parecían temblar.

»Sobre todo, mi querida Katie, no os fijéis en el dinero. Haced locuras, verdaderas locuras, es todo lo que os pidoEl día en que madama Norton recibía esta carta, corrió la noticia de la quiebra de cierto señor Garneville, gran especulador que no había tenido buen tacto, sintiendo la baja cuando debió sentir la alza.