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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Una vez que el bicho ha cumplido más o menos bien su deber, sea pegando serios sustos a los toreadores, sea huyendo sin cesar con el aire imbécil, se abre un portón y es arrojado a un potrero contiguo. En cuanto a los «artistas» que tuve ocasión de ver, todos ellos criollos, eran, aunque de valor extraordinario, deplorablemente chambones.
Las sesiones nocturnas en el fumadero, amoríos, golpes, el desafío de Río Janeiro, que por poco me cuesta un pie, millones en oro acuñado debajo de nuestras plantas, un cadáver de iluso echado al mar, quince noches pasadas junto a otro cadáver que también representa millones... ¡qué novela! ¡Y yo que he pasado en Madrid meses y meses de casa al café, del café a la redacción y de la redacción a otros sitios... sin que me ocurriese nada extraordinario!... El único remordimiento que siento después de tantos sucesos es el de mis insolencias involuntarias con la pobre doña Matutina y los sustos que he dado a su guardián. ¡Que ella me perdone! ¡Lástima no habernos conocido un poco antes, para que me hubiese dedicado un pequeño recuerdo en su testamento!...
Y volviéndose después a Jacobo, un poco pálida, pero perfectamente serena, añadió sin abandonar la ventana: ¡Creí que se mataba!... ¡Con estos diablos de niños no se gana para sustos! Jacobo habíase quedado aplanado en su asiento, y tartamudeó entonces: ¿Tienes aquí a Monina?... ¿Pues no la había de tener?... ¿Quién me separa a mí de mi niña?... ¿Tú no la conoces?... ¿Quieres verla?...
Ana era, al fin, todo aquello que él había soñado, lo que una voz secreta le había dicho el día en que ella se había acercado por primera vez a su confesonario». Seguía el Magistral ocultándose a sí mismo las ramificaciones carnales que pudiera tener aquella pasión ideal que ya se confesaban los dos hermanos; no quería pensar en esto, no quería sustos de conciencia ni peligros de otro género, no quería más que gozar aquella dicha que se le entraba por el alma.
Además el mayor crimen que podía haber en la Regenta, y no creía ella que a tanto llegase, era seguir la corriente. «En Madrid y en el extranjero, esto es el pan nuestro de cada día; pero en Vetusta fingen que se escandalizan de ciertas libertades de la moda, las mismas que se las toman de tapadillo, entre sustos y miedos, sin gracia, del modo cursi como aquí se hace todo. ¡Pero qué se puede esperar de unas mujeres que no se bañan, ni usan las esponjas más que para lavar a los bebés!». Obdulia, cuando hablaba con algún forastero, desahogaba su desprecio describiendo la hipocresía anticuada y la suciedad de las mujeres de Vetusta.
Está bien, yo me encargo de curarte la enfermedad. Se acordaba de la impresionabilidad extraordinaria, de los terrores nocturnos que avergonzado le había confesado Luis en momentos de expansión. Principió a darle sustos terribles. Tan pronto se escondía detrás de una puerta y le gritaba fuertemente al pasar, como la cogía descuidadamente y la apretaba el cuello.
De otro modo, no hubiera ganado para sustos, contrariedades y descalabros; porque el mozo, en este particular, siempre fue curioso y decidido. Antojósele que «también él» era poeta, porque era sensible y veía claro en el espacio de las ideas. Allí estaban, y suyas podían ser como de cualquier otro. Decidiose, y se apoderó de unas cuantas que mejor le parecieron. Trabajo inútil.
El cansancio, las inquietudes y sustos que aún tenían trémulos a Maltrana y al capataz eran para los dos cazadores incidentes sin importancia de la diaria lucha... ¡Vaya un modo de ganarse el pan! Al detenerse un instante en la cumbre del cerro, el joven volvió a ver los rosarios luminosos del alumbrado de los pueblos, la nube roja que se cernía sobre Madrid.
Los fenómenos nerviosos y morales del carbonato de cal manifiestan un estado de padecimientos crónicos y de nutricion enfermiza; el moral le espresa por la ansiedad, la impaciencia, abatimiento, tristeza, sustos, hipocondría, indiferencia, falta de memoria y de voluntad.
Al viejo contrabandista le temblaban las carnes de placer oyéndole relatar sus proezas. El muchacho vengaba a su compadre y a él de los sustos sufridos en la montaña, de los golpes que les habían dado los que él apellidaba «los esbirros». ¡De seguro que a éste no se le ponían delante para quitarle la carga!... El mozo era de los de caballería y no se limitaba a entrar tabaco.
Palabra del Dia
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