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Actualizado: 25 de junio de 2025
Se agitaba en torno de ella sumiso y suplicante, con alternativas de cólera y huidas de despecho que sólo duraban breve tiempo. Se había creído por un instante libertado de tal servidumbre al conocer a Mina. Esta mujercita triste y enferma no era un peligro. Podía estar junto a ella sin que se alterase el equilibro de su tranquilidad.
Aquel «señora nieta» me indicaba que la aurora de mi vigésimasexta primavera iba a conocer la reprimenda de que fueron testigos sus hermanas mayores y que era preciso prestar un oído atento y sumiso a los consejos matrimoniales de la abuela.
¡Usted ser mucho grande tonto! ¡Todo igual! Y se largó, asustado por su propia audacia. No obstante, a la mañana siguiente, apareció como siempre, dócil y sumiso, y no le recordé su defección.
La primera escena es en la casa del Cadí de Granada, en donde los moros celebran en secreto su aniversario; llaman de repente á la puerta, y pide entrar Don Juan de Malec, descendiente de los antiguos reyes de Granada, que, sumiso á las leyes de Felipe II, se ha convertido al cristianismo, habiendo sido premiado con el cargo de concejal de la ciudad.
Su simplicidad producía en él una impresión de frescura y descanso. La veía como una cuevecita angosta y oculta en la cual dormitaba tranquilo después de una tempestad. La sonrisa satisfecha de su madre le animaba a permanecer allí. Jamás la había visto tan bondadosa y comunicativa. El goce de tenerle otra vez seguro y sumiso modificaba su carácter austero hasta la rudeza.
¿Es por ventura el mundo tan estrecho? exclamó Ester fijando su profunda mirada en los ojos del ministro, y ejerciendo instintivamente un poder magnético sobre un espíritu tan aniquilado y sumiso que apenas podía mantenerlo en pie. ¿Se reduce el universo á los límites de esa población, que hace poco no era sino un desierto, tan solitario como esta selva en que estamos? ¿Á dónde conduce ese sendero?
Obedecí sumiso y besé también la frente de la niña. Agosto 16. Salgo de la cama en este instante. No he soñado monstruosidades como otras veces, pero ha sido tan triste mi sueño, que aún estoy conmovido. Siento dentro del alma una melancolía honda y desgarradora como si me encontrase solo en el mundo. Soñé que me hallaba en medio de un salón de baile espléndido y hermoso y profusamente iluminado.
Pablito, inclinado, sumiso, la vertía al oído frases ardientes e ingeniosas como éstas: Ayer cuando venía de Tejada, la he visto a usted con su papá, tan guapetona como siempre. ¡Qué guasón! También yo le vi. Venía usted en coche abierto. Guía usted muy bien. Es favor, Carmencita. Guiar ahora esos caballos no tiene nada de particular, lo hace cualquiera. ¡Si los viera usted cuando los compré!
El pobre chico, aburrío, sentó plaza... Y le está muy bien el uniforme, no crea uté, con su chaquetilla azul y su sable arrastrando... Vamos, eso prueba que si quisiera otra vez volver sumiso a sus pies... Matildita frunció la frente con severidad, y con su manecita hizo un ademán dignísimo. El patio de las de Anguita. ¿Qué se le ofrecía a usted, caballero?
Ya estaba cerca del sitio de la fiesta, y no era conveniente llegar sin su marido y con tal acompañamiento. Manos Duras contuvo su caballo mientras se alejaba el carruaje, Durante algunos minutos siguió con los ojos á aquella mujer, la más extraordinaria que había encontrado en su vida; y al dejar de verla, su mirada de mastín sumiso volvió á recobrar una dureza agresiva.
Palabra del Dia
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