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Actualizado: 4 de julio de 2025
La anciana sirviente repuso atontecida: Niña, Dios no tiene la cara fea ni la ropa sucia.... ¿qué disparates cuentas? Y, levantándose, fuese a mirar la imagen sostenida en la rinconera. ¡Ave María! murmuró : vaya un santo...; ¡si parece un «enemigo»!... ¿Y qué sombra le puso así? La de Julio.... ¡Válgame Cristo! Tú vives entre herejes.... ¿Y cuándo dices que fué eso, hijuca? Una noche....
Y la noche antes en casa del ministro Eneene, muy mal, por cierto, porque el doctor tenía gustos criollos bastante rancios y estaba a diario con puchero de cadera y asado de costilla, y alguna vez, de extraordinario, ponían ropa vieja, y gracias. ¿De qué se asombraba? ¡Cuántos, que no le llegarían a él a la sucia del zapato, trincaban con esos personajes!
Isidro se imaginaba los trabajos que estaría realizando la abuela con sus manos trémulas para extraer del escondrijo aquel tesoro famoso que Zaratustra husmeaba, sin llegar nunca a dar con él. Por fin salió, sucia de telarañas, con el pañuelo de la cabeza cubierto de briznas de paja. Llevaba en las manos un trapo blanco repleto de objetos.
En el bolsillo de una pequeña cartera de apuntes, que formaba parte de lo que había en la maleta, descubrí varias cartas, todas las cuales examiné y vi que no eran de importancia, salvo una, sucia y mal escrita en incorrecto italiano, que contenía algunas frases que despertaron mi curiosidad.
Era cosa semejante al allanamiento de las moradas aristocráticas por la irritada y siempre sucia plebe. Sonaba el odiado trueno de las revoluciones, y destruidas las clases, el fiero populacho quería infamar las grandes razas emparentándose con ellas.
¿Cómo ayer? replicó el cura lleno de estupor. Si ayer fue sábado, muchacho... Y eso ¡qué importa! Pero en Madrid, chico, ¿no os mudáis la camisa los domingos? En Madrid se muda la gente la camisa cuando está sucia. ¡Bah, bah, bah!
Bueno, bueno; yo me entiendo. Doña Paula se puso en pie y arrojó la punta del pitillo apurada y sucia. Prosiguió: No quiero más cartitas; no quiero conferencias en la catedral; que vaya al sermón la señora Regenta si quiere buenos consejos; allí hablas para todos los cristianos; que vaya a oírte al sermón y que me deje en paz. ¿Con que Glocester?... Sí, y don Custodio.
Sin vacilación de ningún género, con paso vivo y firme se dirigió á casa de su amigo Antonio. Vivía éste en la calle de Enrique de las Marinas, bastante lejos del Campo del Sur, en el piso segundo de una casa vieja y de modesta apariencia. Estaba el portón abierto. Subió por la estrecha y sucia escalera, y cuando llegó á la puerta llamó con los nudillos. Nadie salió á abrirle.
Mientras bajaba lentamente del púlpito estalló en la iglesia rumor de muchedumbre inquieta, y de los labios de los fieles salió un murmullo de aprobación. En seguida, todos comenzaron a salir, ansiosos de sustraerse, a pesar de su devoción, a la pesada y sucia atmósfera del templo.
Cabello enredado y mugriento, frente oprimida, ojos dilatados y tristes, mano tostada y sucia, uñas ennegrecidas, cara chupada, pómulos salientes, tez arrugosa, fisonomía mústia, todo está allí con una ingenuidad que sorprende. Es un chiquillo que nunca ha conocido á su madre, que desde que nació pide limosna.
Palabra del Dia
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